El siglo XXI es el siglo de las organizaciones. Las iniciativas se planifican, desarrollan e implantan en equipo. Nunca una sociedad tuvo a su servicio tanta tecnología, medios y sobre todo talento. El porcentaje de profesionales con formación, compromiso y capacidad para mejorar la vida de los ciudadanos, en todos sus ámbitos, es muy elevado.
Sin embargo, el progreso se concentra solo en los entornos que sincronizan equipos, jerarquía y liderazgo. Potentes en lo profesional, equilibrados en lo humano, responsables en lo social y con liderazgos claros.
Estos ingredientes son necesarios para conformar gobiernos, consolidar empresas o para modernizar proveedores de servicios independientemente del sector, ámbito o ideología.
En los últimos años se han conocido innumerables casos en los que el delirio de control de directivos y la ausencia de liderazgo han precipitado el hundimiento traumático de sectores tan saludables como el inmobiliario o las propias cajas de ahorro.
En este mismo sentido, en la administración pública en general y en las organizaciones sanitarias en particular, la sucesión de equipos ajenos a su cultura profesional y desconocedores de su complejidad, están contribuyendo a su bloqueo y limitando su innovación.
Su origen es claramente político y de naturaleza clientelar. Sin embargo es lamentable observar la facilidad con la que algunos cargos intermedios profesionales se han acomodado a la situación, por razones espúreas, y afiliado a su ineficiencia.
El delirio de control está entrando de lleno en el ámbito clínico. Es una fuente inagotable de desmotivación, de insatisfacción, de indiferencia y de baja productividad. De seguir en esta línea, generará, a medio plazo, un deterioro de incalculables consecuencias.





