Bastaron cuatro horas de lluvias torrenciales para inundar el pueblo de Sant Llorenç. El núcleo principal, Son Carrió y la zona costera de S´Illot. La confluencia de aire frío proveniente de la Sierra de Llevant con el Puig del Pare y la montaña de Calicant y el aire húmedo, cálido, procedente del mar, provocaron una gota fría que descargó una tromba inmisericorde sobre el pueblo. Se generó una torrentada mortal que se llevó por delante mobiliario urbano y vehículos, arrasó domicilios y enseres y sesgó vidas.
Las comunicaciones por carretera, desde Manacor a los municipios más cercanos a la costa del levante, se cruzan con el barranco de Ses Planes y el torrente que le acompaña al mar. Un caudal desconocido e incontrolable que se llevó todo lo que encontró a su paso. También puentes y asfalto.
El agua se convirtió en un arma homicida. Invadió de forma repentina sótanos, cocheras y viviendas y arrastró los vehículos que circulaban por la vía de circunvalación. Una compañera del hospital de Manacor, con voz entrecortada, consternada, me recordaba que, volviendo a Artá al finalizar un curso de formación, dejó por segundos, ajena a su capacidad de destrucción, la corriente asesina que se estaba creando a sus espaldas y que arrastró a los vehículos que le seguían, antes hacer saltar el asfalto por los aires.
Los fallecidos o fueron sorprendidos en sus domicilios, con movilidad reducida o fueron atrapados en sus vehículos, a modo de ratonera, ajenos a la magnitud de la crecida y su capacidad de destrucción. Cuatro de los cuerpos fueron localizados en Artà, tres en Sant Llorenç, tres en S'Illot y dos en Son Carrió. Reflejan con precisión el entorno cosmopolita que habitan y que comparten las tres localidades. De las doce víctimas mortales, seis de ellos son extranjeros. Un matrimonio británico y otro alemán, una mujer holandesa y otro hombre alemán.
Hace dos siglos, los municipios afectados por la riada sufrieron una epidemia de peste bubónica que diezmó la población. El mal había también había venido con el agua. En este caso desde el mar. Un barco mercante enterró un marinero fallecido en Son Servera quedando parte de su ropa sin cubrir. Varios miles de personas fallecieron en el invierno de 1819. Fueron atendidos por cinco médicos de los que sólo sobrevivió el doctor Lliteras. Doscientos años más tarde, un miembro de la sexta generación de sanitarios del recordado facultativo, la farmacéutica Joana Lliteras, ha perdido la vida en la fantasmagórica riada.
Acabadas las tareas de rescate y reconstrucción, quedará, como en la tragedia del siglo XIX, en la memoria colectiva la crecida violenta y su destrucción. El pueblo recordará a los fallecidos y en su memoria reemprenderá con entereza y esfuerzo la recuperación de una zona emblemática y emprendedora. Se potenciará el respeto a la naturaleza y se tomarán medidas que les harán más resistentes al infortunio.
La magnitud de la tragedia no ha sido menor que la corriente de solidaridad que ha provocado en toda la sociedad.