El falso referéndum del 1 de octubre ya es historia. La consulta convocada por la Generalitat, en contra de las resoluciones de Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, se realizó sin contar con un mínimo de garantías, en gran parte por las dificultades logísticas derivadas de la acción del Gobierno central.
Es cierto, pues, que el referéndum no puede servir para establecer estadísticas creíbles sobre el deseo de todos los ciudadanos catalanes. Pero los acontecimientos producidos durante la jornada, con miles de ciudadanos ocupando los colegios (en algunos casos durante días), con una inmensa movilización popular de apoyo a la consulta y tras la acción policial para imponer las resoluciones del TSJC, dejan una imagen que prevalece por encima de cualquier argumento.
La Generalitat ha conseguido una gran movilización y ha logrado atraer a la causa el foco informativo internacional. La ley y las instituciones están del lado del Gobierno central; la presión popular, del lado del Govern. Esta doble situación dificulta aún más cualquier acción dialogada a partir de este 2 de octubre, que es cuando se va a librar el verdadero pulso, dentro y fuera de Cataluña.
La jornada se cierra con una crisis social e institucional de una dimensión inimaginable. Tras el 1-O todo está peor y es fácil pensar que Cataluña se sitúa un poco más lejos de España.





