El caso de la ORA ha irrumpido de golpe en nuestras vidas y en estos compases iniciales nadie es capaz de predecir hasta dónde y hasta quién nos va a llevar. Ya han salido los nombres de Álvaro Gijón y de José María Rodríguez. No aún el de Mateu Isern, el alcalde de la época.
Lo que sí hemos visto ya es a dos ediles detenidos y declarando ante el juez. Ellos firmaron cosas. Esas firmas les han llevado a los calabozos. Ambos están en libertad con cargos pero sin medidas cautelares. No así el empresario que se llevó la adjudicación y que, al parecer, le pagó a alguien un millón y medio de euros por tener asegurada y prorrogada la concesión del servicio de la ORA en Palma. Habrá que esperar a que diga si se lo pagó a un político o a un funcionario.
Lo que sí es radicalmente cierto es el desánimo que ha causado este caso en el grupo de personas que acompañaron a Mateu Isern durante la pasada legislatura. Incluyo entre ellos a Vallejo y a San Gil. Todos mantienen el discurso inicial de que en Movilidad y Contratación los técnicos eran los que decían qué había que firmar y qué no. Aún así, ahora ya nadie se fia de nadie. Ni del concejal de al lado, ni del de dos sillones más allá, ni del funcionario veterano que mandaba más que el político. Ese funcionario que ahora está entre rejas.
A todo esto, Mateu Isern sigue en la cueva. Debe estar muerto de ganas de dar un puñetazo en la mesa para decir lo que piensa, pero sabe que lo más sano que puede hacer ahora es seguir pasando de la política y de lo que la rodea, y no decir lo que piensa de unos y de otros..





