Según la Real Academia de la Lengua Española abrazar es estrechar entre los brazos en señal de cariño. Bueno, vale.
Yo no sé si ustedes son aficionados a esta peculiar muestra física utilizada en reconocimiento de una cierta admiración amorosa. A mucha gente, entre los que me cuento, abrazar les produce un poco de repelús; a no ser que sea de manera apasionada, carnal y con el deseo como objetivo.
En principio, no suelo tener la tentación de ceñirme –así, por las buenas- a un cuerpo extraño. Una de las cosas que he observado últimamente es que la gente, por la calle, no se van abrazando así como así. Hace unos días me estreché contra una señora en un paso cebra y se enfadó. Comprendí que para apretujarte contra alguien desconocido hay que disponer, como mínimo, de algún motivo justificable.
Las circunstancias requeridas para que se efectúe un encuentro de estas características son variadas: para demostrar un poco de empatía hacia un ser que ha perdido a un familiar (sería un caso de consuelo); en una situación de euforia más o menos colectiva (celebraciones de triunfos deportivos); en el ya citado caso de los amantes (reflejando unos irrefrenables deseos de sobar al contrincante con el sano objetivo de “ir avanzando”); y, finalmente, existe la variedad madrileña (abrazo platónico).
El abrazo madrileño consiste más en un gesto incorpóreo que en una demostración de cariño. En Madrid los abrazos se producen incluso por teléfono. Los capitalinos se despiden de una conversación telefónica con la inevitable expresión ¡“Un abrazo”! También en las antiguas cartas y ahora en los electrónicos correos utilizan la misma fórmula al final de la firma. Luego resulta que en los encuentros personales, o sea físicos, las estrecheces corporales suelen ser leves, casi sin contacto: brazos situados en la espalda del otro –a unos centímetros del lomo- y, con los dedos vibrando ligeramente, unos débiles y protocolarios golpecitos angelicales; es lo que practican los jerarcas con sus subordinados en el momento de entregarles alguna medallita (excepto con las medallas póstumas: el difunto tiene siempre dificultades con la cosa del abrazo: no se le da nada bien; la rigidez no ayuda).
Finalmente, cabe citar el famoso abrazo del oso, eufemística versión del asesinato por libre; es decir, un abrazo muy efusivo con la finalidad de dar confianza al abrazado pero con claras intenciones destructivas: son, estos, los que propina Carmen Chacón al señor Rubalcaba.
Para poner un ejemplo.