AENA mata

Martes por la mañana. He tenido suerte, y como mi vuelo era a Menorca me he ahorrado el vergonzoso tránsito por el interior de un comercio para llegar a la puerta de embarque.

No sucede lo mismo a la vuelta, pues, tras superar el control de seguridad del aeropuerto de Maó, no me queda otra que pasar por el aro que AENA me pone delante del hocico.

El Estado se forra con nuestros aeropuertos y lo hace, además, a costa de la salud física y mental de sus ciudadanos. Si usted está dejando de fumar, pretende deshabituarse del alcohol, padece un trastorno de compra compulsiva o tiene en casa un adolescente en esa etapa de la vida en la que apetece probar cosas prohibidas, mejor no vuele desde aeropuertos españoles. No hay escapatoria.

Nos reciben metros lineales de estantes repletos de cartones de tabaco de todas las marcas y, aquí y acullá, atractivos mostradores con toda clase de bebidas alcohólicas de alta graduación. Sí, ya pueden poner fotografías de pulmones alquitranados o de hígados necrosados en las cajetillas. Pura comedia. Hipócritas. Los aeropuertos españoles, gestionados por el cortijo neocolonial denominado AENA, ganan dinero con que usted se muera de un cáncer o una cirrosis. Claro está que luego el Estado nos tiene que crujir tributariamente con la excusa de que la sanidad pública debe atender dignamente a las víctimas de esta estrategia suicida. Pero AENA ya ha saneado sus balances y Hacienda también ha cobrado su parte en el negocio a través de los impuestos especiales. Primero nos matan y luego quieren curarnos. Mueven dinero mientras nos envían al cementerio.

No estoy en contra del comercio de alcohol o de tabaco, pero procuro no inducir a menores ni a enfermos crónicos a su consumo. Si algún adulto va a un estanco o a una bodega y se pone hasta las trancas de etanol o de humo, allá él.

Pero resulta muy difícil sostener a nuestros menores que el consumo de estas drogas, especialmente del tabaco, cualquiera que sea su dosis, es una bazofia para nuestra salud cuando nuestro gobierno se dedica a fregarles por la cara a todos ellos, de forma bien poco subliminal, el mensaje de que fumar o alcoholizarse es exactamente lo mismo que comprar una tableta de Toblerone.

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