Creo que fue a Chichi Soler a quien le escuché contar que mientras a los jugadores les iba de perlas un empate, conscientes de que jugaban con el Mallorca y no en un equipo de los de arriba, Luis Aragonés les inculcaba aquella frase que no era solo una consigna para quedar bien cara al público, sino un objetivo posible e irrenunciable: ganar, ganar y ganar. En esta lucha, como bien explica John Carlin en su columna de El País, se deben implicar todos los estamentos del club, desde el accionariado hasta sus ejecutivos, mandos intermedios, empleados y hasta el último mono, pertenezca al staff deportivo, administrativo o social. Algo que me están leyendo desde hace muchísimo tiempo.
La justicia o injusticia de un resultado en atención al juego desplegado durante un partido es un concepto completamente relativo. Lo concreto es el resultado y jugar como nunca es la excusa perfecta a la que aferrarse cuando uno pierde como siempre. Y esto es lo que le ocurre al equipo de Olaizola porque, mientras todos nos dedicamos a entonar un sin fin de alabanzas en términos individuales y colectivos, soslayamos los defectos y nos alejamos de lo esencial.
Si nos remitimos a los últimos tres partidos, por no remontarnos demasiado atrás, nos hemos conformado con la actitud y el comportamiento ejemplar de los jugadores durante la primera parte. Así fue en Oviedo, ante el Rayo y en Girona. Olvidamos que en el Carlos Tartiere los locales remontaron tras el descanso, que en Palma el peor visitante de la temporada casi empata en una segunda parte rayana en pánico y el sábado en Montilivi el portero local René, pudo pedir vacaciones a lo largo de todo el segundo período y hasta el final. Los árboles del primer acto, no nos permiten ver el bosque del segundo, cuando fallan las fuerzas físicas y el miedo a perder ocupa el espacio en el que antes reinaba el ansia y la necesidad de victoria.
Pero como digo, el problema no está en el vestuario, sino en la gestión general de un club que hace tiempo que sobrevive dejado a la mano de dios.







