Ha muerto la que durante 24 años fue la mejor alcaldesa que ha tenido Valencia. La alcaldesa de España que más apoyo ha tenido de su pueblo ganando 5 elecciones consecutivas, algunas de ellas de forma abrumadora, con un estilo muy personal y firmes convicciones. Y aun así, o quizá por eso precisamente, ha sido víctima de un linchamiento mediático y político sin precedentes. Nunca se ha linchado tanto a nadie por menos, han afirmado algunos analistas. Sin condena alguna y siendo investigada por una donación de 1.000 euros al Partido Popular, se le negó la presunción de inocencia desde el principio. No soy médico, pero estoy convencido que este sufrimiento, a sus 68 años, ha sido determinante en su fallecimiento.
Rita Barberá no ha podido soportar el intento de dilapidar su obra acusándola de corrupta como presa de una cacería orquestada por la izquierda mediática y política, incluida la que ahora ocupa algunos puestos de responsabilidad del que siempre fue su partido. Partido que hizo oídos sordos a sus explicaciones sobre el aforamiento y su inocencia. Las mismas que dio a conocer Luis Mª Ansón y que, independientemente del político que se trate, nos debería llevar a una reflexión profunda sobre la posibilidad de que miembros destacados de la judicatura puedan compaginar, por medio de excedencias, sus idas y vueltas de la judicatura a la política y viceversa:
Barberá había decidido mantenerse como senadora porque el caso de Juan Pedro Yllanes, presidente de la Audiencia de Baleares y diputado de las Islas por PODEMOS, le había encendido todas las alarmas. Si bien el juez Castro no aceptó la candidatura de PODEMOS porque había conseguido prorrogar su puesto, el juez Yllanes sí aceptó la oferta de Pablo Iglesias, quien al mejor estilo comunista, sabe que es necesario infiltrarse en el poder judicial. Los jueces de ideología podemita se multiplican. Es comprensible, por eso, que Rita Barberá prefiriera que la juzgara el Tribunal Supremo antes de caer en las garras de algún juez de la órbita de los que no han respetado ni un minuto de silencio por ella. Aparte de no reconocer culpabilidad, es lógico que se sintiera más segura siendo investigada, y en su caso juzgada, por el Tribunal Supremo, y por ello no renunciara al aforamiento. Aunque el juez que le había tocado era, casualmente, Cándido Conde-Pumpido, el Fiscal General que nombró Zapatero.
Por supuesto que cualquier prevaricación, por pequeña que sea, resulta rechazable, pero es imposible equiparar el presunto blanqueo de 1.000 euros del que se acusaba a Rita Barberá, con la red clientelar urdida por el PSOE que supuso un desfalco de 741 millones para las arcas públicas a través de los ERE y los cursos de formación, ni con Gürteles, ni con Pujoles, que, por cierto, siguen tranquilamente en sus casas.
Expulsada por el egoísmo y la envidia de muchos de los suyos, pocos fueron en el PP los que defendieron la honradez de Barberá, colaboradora leal durante largos años, como acertadamente ha criticado José Mª Aznar. Eso le dolió profundamente.
El brutal acoso ha conseguido el derribo definitivo de la mujer que no necesitó de cuotas para triunfar, la que dedicó su vida a servir a España, la que puso a “Valencia en el mapa”. La alcaldesa que durante 24 años pulverizó todos los records en victorias electorales. La que podría haber sido la presidenta nacional del PP. Y la que unos medios de comunicación y unos políticos irresponsables condenaron a muerte. Deberíamos reflexionar sobre ello.
Sin entrar en valoraciones políticas, centrándome en lo personal, con su fallecimiento he revivido la admiración que generaba en mi familia valenciana. Ha muerto “nuestra Rita”, como la llamaba mi tía Amparín. La que transformó la siempre importante capital del antiguo Reino de Valencia en la espectacular ciudad que es hoy. Descanse en Paz.