El consumo excesivo de alcohol por parte de nuestros jóvenes menores de edad es un problema social de primera magnitud, que hace tiempo que ha alcanzado una dimensión muy preocupante y, lo que es peor, no hace sino empeorar.
Las encuestas sociológicas vienen demostrando desde hace años que el porcentaje de adolescentes que beben alcohol sin moderación, sobre todo durante el ocio de los fines de semana, no cesa de subir y que la edad de inicio en el consumo es cada vez menor, situándose ya por debajo de los catorce años.
El problema está alcanzando niveles de auténtica emergencia sanitaria. El alcohol es muy perjudicial para la salud y especialmente peligroso para los adolescentes, ya que compromete el desarrollo de su organismo y es especialmente dañino para su cerebro aun inmaduro. El peligro se multiplica por la ignorancia del riesgo por parte de los chicos, la permisividad social y la vergonzosa dejación de las autoridades.
El riesgo de una generación devastada por el alcoholismo debería mover a la sociedad y a nuestros gobernantes a tomar medidas decisivas para evitar semejante desastre. Deberían tomar nota de lo sucedido en algunas sociedades, en las que el consumo excesivo de alcohol ha conducido, no solo a una calamidad colectiva, sino también a la aparición de una cifra inaceptablemente elevada de niños nacidos con síndrome de alcoholismo fetal, con los consiguientes problemas para las familias, los servicios sociales y toda la sociedad en su conjunto.
Las autoridades deberían hacer cumplir la ley a rajatabla. Es inaceptable la facilidad con la que nuestros chicos consiguen alcohol, así como también la permisividad con su consumo en la vía pública, incluidos los archifamosos botellones. Deben empezar a poner sanciones severas, incluyendo el cierre, a los establecimientos que vendan bebidas alcohólicas a menores, o permitan su consumo, así como también imponer el cumplimiento estricto de la prohibición de consumo de alcohol en la vía pública. Y la vigilancia es especialmente importante ahora en verano, en época de vacaciones y en un lugar de alta densidad turística como Mallorca, donde, por desgracia, el consumo desmesurado de alcohol y la embriaguez permanente es un espectáculo habitual en algunas de nuestras áreas turísticas debido al desgraciado turismo de borrachera que nos aflige con su indeseable presencia.
Las familias deben a su vez ejercer su función de educación, asesoramiento, vigilancia y ejemplo para sus hijos. Ellas son, deberían ser, la primera línea en la prevención del problema y no han cumplido ni están cumpliendo adecuadamente con su obligación.
Y autoridades, familias y educadores deben implementar planes de educación y prevención del consumo de alcohol por parte de niños y adolescentes, a fin de evitar una auténtica debacle social y sanitaria en su futuro.
