App-ducidos

No levantamos cabeza. La culpa no es de la crisis, ni de la depresión post verano ni de la búsqueda de algún tesoro plantado ante nuestros ojos en cualquier acera. No. No levantamos cabeza porque las aplicaciones del móvil nos tienen absorbidos como víctimas de una secta satánica, pensando que controlamos a la pequeña máquina que nos quita vida familiar, conciencia de,, vida y tiempo para leer, correr, cocinar o amar. Y lo corroboro todos los días cuando me levanto, cuando camino, incluso cuando conduzco. Si se tratara de algo ingerido como copas, cannabis o cualquier droga de diseño, ya estaría en tratamiento o empezaría a coger consciencia de que algo falla en mi vida.

Dependencia, tolerancia, autocontrol son términos que he aprendido en alguna terapia a la que he asistido en la asociación de Las Ovejas de Mica de ayuda a la enfermedad de alcoholismo. La verdad es que esta pequeña cajita luminosa multiusos es tal cual uno de nuestros grandes y pequeños amores cotidianos. Llamadas telefónicas, whatsapps, Twitter, Apalabrados, Triviados, Wechat, prensa nacional, internacional, local, horarios del gimnasio, calendario biológico, son sólo algunos de los básicos, de los imprescindibles, de los must de mi vida diaria. Puedo salir de casa sin las gafas de sol, sin el bocata de media mañana, sin la cartera, pero no sin mi móvil. Soy capaz de volver atrás aunque ya esté en la otra punta de Mallorca, soy capaz de lo que sea con tal de recuperar mi dispositivo.

Hace varias semanas, consciente de esa adicción creciente en mi, decidí desinstalar todas las aplicaciones, incluso una que me entretiene como a cuarenta millones de personas en el mundo: el Candy Crush Saga, el juego de los caramelos que, afortunadamente, no provocan caries, pero me tienen abstraída incluso en horario laboral.

Dosifico a mis hijos las horas de conectarse a chats o de jugar a la Play pero me escondo en el baño para poder avanzar en el juego, subir niveles que seguramente no me llevarán a ninguna parte. Pues si, los desinstalé. Todos.

Y un vacío tenue se instaló en mi vida, una app de añoranza, como quien no sabe qué hacer con las manos cuando deja de fumar. Superé la prueba y después de días de recuperar los libros, las conversaciones con los amigos presenciales y el arte por la repostería, volví a instalarlo, porque sencillamente "ya lo había superado".

Ahora la adicción es aún peor. No juego con mi perro ni cojo el teléfono a mis amigos. Adoro la musiquita que acompaña a los juegos, los sonidos, me premian y me dicen lo buena que soy. Pero me pregunto si cuando salgamos de la crisis nos pasará lo mismo. Desde el año 2008 estamos repitiendo que nos servirá de lección, seremos humildes, valoraremos lo que tenemos porque ya no lo tenemos. Que seremos más comedidos. Y una mierda. En el momento en que tengamos cincuenta euros en el bolsillo volveremos a lo mismo.

No aprendemos, nos han desinstalado el dinero y si éste vuelve, seremos más adictos que antes. La app del dinero nos volverá otra vez frívolos y derrochadores, nos creeremos ricos como entonces. Y esta app no es gratuita, seguro que nos hipoteca el alma de Rockefeller que todos llevamos dentro. Así que los brotes que proclama Botín en Nueva York o el President en Uruguay son armas de doble filo. Estamos app-ducidos. Ah! Y les dejo que tengo que librar una batalla contra mi misma a caramelo limpio, que el nivel 77 me espera. Un beso.

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