La inexistencia de un “cadáver sobre la mesa” es lo que justifica, en palabras del fiscal Pedro Horrach, que en los casos de presunta corrupción política se tenga que tirar de arrepentidos para esclarecer los hechos. La contrapartida a la confesión de los hechos es la rebaja de las penas, lo que sin duda, a la vez de suponer un aliciente, se convierte en el elemento distorsionador de la esencia subjetiva del arrepentimiento.
Lo estamos viendo en el Juicio Nóos. Todos los arrepentidos confiesan los delitos de los demás con la boca ancha y los propios con la boca chica. Ello es observado por el común de los ciudadanos como un intento de reírse “des ball i des sonador” puesto que más que una confesión strictu sensu se trata de toda una estrategia procesal de defensa -totalmente lícita por otra parte- pero que no creo deba merecer el calificativo de confesión o arrepentimiento.
A veces basta aplicar la más mínima lógica para tamizar cualquier afirmación realizada en el seno de un juicio. Para muestra un botón: los exaltos cargos del Govern acusados en Nóos afirmaron que gestionaron los convenios con la entidad de Urdangarín y Torres así como el patrocinio del equipo ciclista Banesto bajo la conocida orden del “Hágase”. Parece que con eso su culpabilidad tuviera que ser rebajada y sin embargo parece claro que el “Hágase” tiene como corolario “tú buscas la manera”. Cómo se ha visto, nadie se hace responsable de haber decidido el procedimiento.
Todo ello nos lleva a meditar si realmente los delatores están arrepentidos y su confesión es sincera, o si su único objetivo es evitar años de cárcel. Es lo que se llama “intereses espurios” cuya apreciación por parte de los Tribunales es como tirar una moneda al aire.
Aún tiene que llegar la ocasión en que alguien confiese la participación en un delito relacionado con la corrupción política antes de que sea objeto de investigación policial o instrucción judicial.
