La sinceridad casi nunca ha sido virtud de la clase política. La mentira se ha constituido, en los últimos tiempos, en forma de gobierno (cf. A. Caño, El verdadero relato del sanchismo, TO). La tendencia actual lleva, por tanto, a quienes ostentan el poder, a disponer de una herramienta eficaz para manipular a los ciudadanos, para seguir consolidando su posición y para obtener diferentes objetivos políticos. Hoy día, como ha subrayado Ors Villarejo, “no se manipula y distorsiona la realidad, sino que directamente se produce” y se impone.
A decir verdad, “lo que a mí, como a Montse Gomendio, me causa mayor perplejidad y tristeza es cómo ha ido ensanchándose la permisividad de la sociedad hacia la mentira”. Cuestión que, sin duda, reclama un debate social serio pues lo que, en el fondo, está en juego, ahora mismo y ante la situación del PSOE, es la capacidad de exigir a los gobernantes de turno, la izquierda populista y radical, que asuman la responsabilidad contraída.
Al respecto, me parecen pertinentes estas preguntas: ¿Por qué aceptamos y justificamos una libertad condicionada o una sumisión voluntaria? ¿No estamos siendo cómplices activos de la liquidación misma del sistema democrático? ¿Es suficiente con ampararse en la egoísta idea de que esto no va conmigo, o no me importa nada, como se alega con frecuencia? O, ¿acaso encuentra cobijo suficiente en la sed de venganza por el pasado histórico?
La respuesta ya la formuló hace tiempo Albert Camus al pueblo francés en situación comprometida: “Pues sí que va con vosotros”, con todos, sin excepción. ¿Qué tiene que pasar en este país, España, para que una parte de la sociedad reaccione y abandone su sumisión voluntaria a quienes la tiranizan? ¿No será, por otra parte, que quienes prestan tan cómplice sumisión voluntaria al poder lo hacen porque actúan desde el resentimiento y la venganza
Como ejemplo paradigmático, entre otros, de persona colaboracionista con quien, presuntamente, ha sembrado este país con la semilla del odio, la división y la mentira es, sin duda, Francina Armengol. ¡Qué espectáculo nos ofrece a diario como interprete del Reglamento de la cámara legislativa! Los fines de semana vuelve a Mallorca a agitar irresponsablemente el avispero. He aquí dos severos juicios, revestidos de autoridad, sobre su gestión y actitud:
- “No sé qué es peor: si estar bajo sospecha por presunta malversación o mentir, escurrir el bulto y pasarle el paquete a tus antiguos subordinados, que no tenían tu responsabilidad ni tus prebendas, y no se pueden defender” (Maite Rico).
- “Mentir ante el Senado por duplicado sin pestañear es lo menos grave que hizo Armengol, en favor de los corruptos de su partido. Antes les había entregado millones de euros públicos, a cambio de entregas tan fraudulentas que el propio Ábalosreconoció que la comunidad balear había sido ‘estafada’. Salvo que la entonces presidenta del Govern no consideró oportuna una reclamación durante tres años. Al revés, volvió a otorgar contratos millonarios redoblados a la trama, retorciendo para ello la legislación y respondiendo con un feminista ‘Súper’ al Koldo que la trataba de ‘Cariño’ (Matías Vallés).
¡Qué mundo hemos creado! Ya no sabemos distinguir la verdad de la mentira.
“El mentiroso moderno, ya no sabe ni que miente. Ha perdido el sentido de la verdad y vive en un universo en el que todas las versiones son legítimas …”. Por eso, al pretender explicar ciertas conductas, se corre el riesgo de incurrir en manifiesta ‘miseria moral’. Ya hemos experimentado en qué consiste la lucha eterna de Armengol contra la corrupción. Que le aproveche. ¡Cuidado que la UCO puede volver a hablar!
Me permito recordarle, para terminar, el dicho de Quevedo, que probablemente ignore: “Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué”. Polo de Medina lo glosó así:”¿En qué el espejo te agravia,/siendo el tiempo el que te ofende?/Que él te dice la verdad,/ y tu cara es la que miente”.
Gregorio Delgado del Rio
