El presidente del Gobierno en funciones y candidato del Partido Popular a revalidar el cargo, Mariano Rajoy, fue víctima ayer tarde de una brutal agresión en plena calle en Pontevedra, donde estuvo participando en un acto de campaña electoral. El supuesto autor es un chico de 17 años que pese a pertenecer a una familia acomodada y muy conocida en Pontevedra, era conflictivo y estaba radicalizado –se autocalificaba como antifeixista” –, como demuestran sus intervenciones en su propio perfil de Twitter.
Rápidamente los principales candidatos que concurren a las elecciones del próximo domingo han mostrado su repulsa y su enérgica condena por este acto gratuito de violencia contra el líder del PP. Obviamente no cabe culpar a nadie de un acto ajeno a la razón cuyo autor es su único responsable. Dado que se mostró orgulloso de su acción tras ser detenido, es previsible que también asuma con orgullo la pena que a buen seguro le impondrá la Justicia por atentar contra la integridad física de una autoridad pública, el presidente del Gobierno de España, que en el ejercicio de su cargo representa a todos los ciudadanos, independientemente de que le hayan votado o no.
Todo lo ocurrido sugiere una reflexión más: cuando la olla está demasiado caliente, es previsible que algún descerebrado protagonice algún acto como el que ayer se vivió en Pontevedra. Sería importante que los responsables políticos interioricen que la confrontación política debe permanecer en ese terreno, el político, y jamás excederlo. Todo acto de violencia merece una enérgica condena y también un severo castigo por parte de los tribunales. Hace muchos años que un presidente del Gobierno no era víctima de un atentado y es muy lamentable comprobar como algunos individuos creen estar en el derecho de agredir a otros por razones políticas.
