El difunto Ruiz Mateo, padre, ya utilizó una sabana arrastrada por una avioneta, volando por el cielo de la maravillosa bahía de Alcudia, reclamando justicia. En estos días, se anuncian dos nuevas exhibiciones aéreas de carácter informativo. De un lado, la de Omnium Cultural solicitando el “sí” en el próximo referéndum independentista de 1 de octubre, referendo catalán que Rajoy dice que no se celebrará. Empero esa rotunda negativa, parece ser que ya tienen censo, ya tienen urnas, ya tienen cancerberos de mesas electorales, ya tienen pregunta y papeletas. Pero…, Rajoy dice que no habrá referéndum, lo cual puede ser cierto, o no. Lo que sí se verá es la avioneta arrastrando una llamada al “sí”, igual que reza una alargada banderola en el campanario de la parroquia de Santa Coloma de Farners en Gerona, sustitutiva de una inmensa estelada. Obviamente, avioneta, estelada, banderola, todo en su conjunto se enmarca dentro del legítimo ejercicio de la libertad de expresión y de opinión. O al menos así vienen resolviendo diferentes resoluciones judiciales, con inclusión de homenajes a etarras recientemente fallecidos.
Y otra avioneta, con pancarta incluida, se anuncia. Y si contra la de Omniun no se oyen voces, contra ésa ya se anuncia la emisión de rayos y truenos con todas las denuncias y consecuencias. La razón es muy simple; la pancarta anunciará que un niño es un niño y una niña una niña. La frase que lo describa, poco importancia va a tener. El asalto contra avioneta y pancarta será de las que hacen época. Otra vez más, como aconteció con el autobús de H.O. declarado legal. Así están las cosas en este país. Hay que soportar, servilmente, que banderas, banderolas, pancartas se exhiban en ayuntamientos y demás edificios públicos, porque a un escaso 1% de personas, que han optado por un legítimo tipo de vida afectiva, le parece más que deseable, y un cúmulo de políticos, de todos los bandos, están en la creencia que eso, da votos. No cabe duda que la actual visibilidad mundial de los lgtbi hubiese arrancado lágrimas de alegría al Dr. Kinsey con su famoso informe. Pero, no se trata de estadísticas sino del trasfondo de inmersión ideológica que se está produciendo. Colonización que se trasluce tanto de la proliferación de leyes, como de las furibundas respuestas, colectivas o individuales, a las acciones o conductas emanadas de opiniones que no comparten esa ideología de género, ni muchísimo menos su trasfondo impositivo. Si es factible, lícito, abogar por esa ideología, no puede ser reprobable ni improcedente, discrepar de ella, manifestando públicamente tal disconformidad. Ya Tácito nos advirtió que quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas.
Repasar la proposición de ley presentada por Podemos, con alcance nacional, seguramente sería un buen ejercicio que nos permitiría, no solo comprobar el alcance de la letra, sino también el espíritu que subyace en su música.
Las obligaciones ideológicas reguladas en el texto podemita alcanzan ámbitos como las políticas sociales, sanidad, familia, administración de justicia, educación, políticas laborales y empresa, infancia y juventud, cultura, educación, ocio, tiempo libre, cooperación internacional, medios de comunicación, fuerzas armadas, administraciones públicas. Es decir, que la opción lgtbi, va pasando de ser una respetable decisión personal, a una religión universal. Y quién discrepe de ella, quién reniegue de tal colonización ideológica, por razones de conciencia, de creencia, de opinión, será sancionable hasta el escarnio. Con el agravante de tener que demostrar su inocencia ad initio ante una denuncia de tercero. O sea, que, aprobada esa normativa, todos los españoles somos inicialmente culpables de lgtbifobia. Y el juez, tendrá la consideración de darnos la posibilidad de demostrar que no somos culpables. O sea, el final del art. 24 — derecho fundamental a la presunción de inocencia — la proposición de Podemos lo tachará, lo borrará.
Si en la antigüedad a la inacción se le llamaba paz, empezamos a pensar que estamos inmersos en unos tiempos raros, extraños, en los cuales no se puede pensar lo que se quiere, ni se puede decir lo que se piensa, al ser siempre dianas de Observatorios de nuestra conducta, de nuestras expresiones, de nuestras opiniones. Ante tal tesitura, la imposición de una ideología trae consigo que, si sobre la sexualidad y las conductas sexuales no se puede opinar, los derechos constitucionales cual libertad de expresión, educación, ideológica y religiosa se tambalean y caen bajo la imposición de un colectivo que considera a los “otros” no como adversarios sino como enemigos a batir, o al menos a acallar. Estamos a las puertas de una reinterpretación de toda la Sección 1ª, de los derechos fundamentales y libertades, y, lamentablemente, ante un olvido del art. 81, 1, de la C.E. que fija la obligatoriedad de la promulgación de leyes orgánicas para el desarrollo de los derechos fundamentales y libertades públicas.
Un amigo me decía el otro día: Cuando nací la homosexualidad estaba prohibida, luego asentida pero escondida, luego admitida y abierta, ahora, no se puede ni opinar de ella. Y, al final, sentenciaba, espero morirme y no ver que la han hecho obligatoria. Posiblemente exageraba. O no, como diría Rajoy.





