Era difícil concebir que una tragedia de la magnitud vivida en los Alpes franceses pudiera superar su dramatismo con la recuperación de una caja roja, envuelta en el luto que visten ciento cincuenta familias de medio mundo.
Nadie previó inicialmente, para dar razón a un inexplicable percance, que una decisión personal pudiera haber sido la cizalla que segó la vida de todo el pasaje y la tripulación de un Airbus 320 de bandera alemana, camino de Düsseldorf. La hipótesis de un atentado, la fatiga de los materiales, la edad de la nave, una explosión fortuita o la despresurización brusca del aparato, no sustanciaban la extrañeza de los datos que se disponían y todo daba a entender que la recuperación física de las víctimas mortales y la psicológica de sus allegados iban a ocupar la prioridad informativa durante semanas. Hasta que se filtró al New York Times la conversación suave y fría que mantuvieron el comandante Sonderheimer y el copiloto Lubitz, durante los cuarenta minutos que trascurrieron desde su despegue de la ciudad condal, los desesperados intentos de uno de ambos por reingresar a la cabina y el doble impacto previo a la desintegración del fuselaje y cuanto contenía.
Me estremece recrear mentalmente el momento previo a la catástrofe, cuando los gritos que se escuchan en la grabación dan a entender que la angustia más prolongada la vivió una sola persona y que nadie se percató de lo que se les aproximaba, hasta poco antes del impacto: toda una eternidad vivida a caballo con la muerte. Un tiempo relativo equiparable al que aprovechó Ric Elias, pasajero del vuelo de US Airways que en 2009 amerizó en el río Hudson, para destacar tres claves inspiradas por un final que sólo impidió una extraordinaria pericia del piloto y algo de buena suerte. Aquel forzado regreso a Nueva York permitió al portorriqueño descubrir una triada esencial: todo puede cambiar en un instante; hay muchas personas que merecen nuestra renuncia al instintivo egoísmo y que la muerte entristece, pero no da miedo. En ese momento, creo que cualquiera vendería su alma al diablo por permitirle hacer aquello que todos dejamos de hacer, incluso cuando podemos. El CEO de Red Ventures, una gran empresa de marketing con casi dos mil trabajadores, se ha servido de su experiencia para impulsar un cambio de mentalidad individual, para vivir sin demora lo que es realmente importante y antes de que un súbito cambio de destino deje nuestro tintero repleto de todo lo que nos queda por escribir.
El final del siniestro ocurrido el martes ha sido menos amable del que nos ha evocado uno de los 155 viajeros que “Sullie” Sullivan libró de una muerte segura. El vuelo de Germanwings parecía asemejarse, como dos gotas de agua, al suceso que hace diez años afectó a la compañía chipriota Helios, cuando se estrelló un Boeing 737 con la tripulación inconsciente por falta de oxígeno, pero ha resultado casi un clon del accidente provocado por el suicidio del piloto de refresco en un avión de Egyptair, que causó la muerte de 217 personas, a final del siglo pasado. Con todo, resulta inimaginable que un ser humano se menosprecie tanto como para quitarse la vida, pero supera la ficción que lo pueda hacer obligando a niños y adultos inocentes a que le acompañen, precipitando su encuentro con la inexorable parca.
Siquiera el paralelismo hallado entre el inicio de los Relatos Salvajes de Szifron está exento de una venganza, como se tiñó de cruel represalia la horrenda masacre del 11S. Aquí, aunque solo siguen siendo conjeturas, un joven que sufrió el llamado síndrome del desgaste profesional podría haber quebrado cientos de vidas, además de la propia: los que lloran amargamente sin entender por qué han perdido bruscamente a sus seres queridos y las de aquellos que no podrán aplicar los consejos de Ric Elias, pues ya no cuentan con una segunda oportunidad para hacer lo que nosotros debemos hacer hoy mismo.





