Carne artificial

Hace unos días saltó a los medios de comunicación la noticia de la degustación de la primera hamburguesa artificial, “fabricada” por un grupo de investigadores holandeses a partir de células madre de vaca. El evento tuvo lugar en Londres y los catadores, críticos gastronómicos, manifestaron que tenía un buen sabor de carne, aunque le faltaba jugosidad y “sal y pimienta”. El director del equipo de investigación explicó que la falta de jugosidad se debe al hecho de que la hamburguesa contiene solo fibras musculares, es decir, solo carne pura y que en el futuro se podría añadir células grasas, que aportarían la jugosidad que ahora se echaba en falta. La hamburguesa pesaba unos 140 g y ha tenido un coste de uno 250.000 €. A este precio las células madre deberían ser de solomillo de buey Wagyu  por lo menos. El mismo director de la investigación afirmó que, por supuesto, el precio bajaría cuando se produzca de modo industrial. Los beneficios de está producción industrial de carne “in vitro” serían contribuir a subvenir a la creciente necesidad de carne para la alimentación humana, hay cálculos que proyectan que la demanda actual se habrá doblado en 2050, a mejorar la situación de hambre en el mundo, así como ayudar a reducir el volumen de gases de efecto invernadero producido por el ganado doméstico, especialmente el  bovino.

El gran Jack Vance, el último gran maestro de la era dorada de la ciencia-ficción que seguía con nosotros y que con su fallecimiento el pasado mes de mayo nos ha dejado definitivamente huérfanos a los aficionados que ya peinamos canas, ya describió en una de sus novelas del ciclo del cúmulo estelar de Alastor, Wyst: Alastor 1716, una sociedad urbana que habita una megalópolis de 3.000 millones de habitantes, cuya alimentación se reduce a una serie de tres o cuatro productos gelatinosos que se producen en fábricas subterráneas en forma de cultivos de masas amorfas monstruosas generadas a partir de los fangos de los residuos de la propia ciudad, se supone que mediante biotecnología con bacterias, aunque Vance no acaba de aclarar este punto. Pero esta alimentación resulta muy insatisfactoria para los ciudadanos, que dedican mucho tiempo y esfuerzo a realizar peligrosas expediciones a otras zonas del planeta, para conseguir lo que denominan “comida auténtica”, ya sea cazando animales salvajes o robando en granjas solitarias.

No está nada claro que esta “carne”, suponiendo que se pueda llegar a producir a un precio asequible, fuera a tener gran aceptación entre los consumidores de los países desarrollados y si se trata de ayudar a solucionar el problema del hambre en el mundo, no parece probable que el precio de producción pueda llegar a ser tan barato como para poder ser adquirido por los ciudadanos de los países del tercer mundo. A lo que habría que añadir las posibles reticencias o prohibiciones de algunas religiones. Para ayudar a solucionar el hambre en el mundo sería mucho más positivo y efectivo y mucho más rápido suprimir la especulación con materias primas alimenticias, como el trigo, el azúcar, el arroz o el café, entre otros, que beneficia a los agentes financieros y a las multinacionales de la alimentación, arruina a los pequeños agricultores, sobre todo del tercer mundo y condena a la desnutrición y a muerte a millones de personas.

En cuanto a los gases de efecto invernadero, es cierto que el ganado doméstico humano, sobre todo el ganado bovino, es responsable de cerca del 20 % de las emisiones de los mismos, lo que, sin duda, es un problema de primera magnitud y que merece por parte de los políticos mucha más atención que la que se le está concediendo. La superpoblación del planeta provocada por la especie humana no se circunscribe solo a los siete mil millones de personas, sino que incluye también alrededor de mil millones de bovinos, otros mil millones de ovejas, mil millones de cerdos, unos 750 millones de cabras, unos 60 millones de caballos y 16.000 millones de pollos, gallos y gallinas. Todo ello supone un enorme consumo de territorio para cultivar forraje para alimentar a nuestros animales. Sin caer en un radicalismo vegano, contra el que no tengo ninguna objeción, deberíamos considerar seriamente una reducción drástica de nuestra cabaña ganadera, acompañada de una disminución paralela de nuestro consumo de carne. La idea sería basar nuestra alimentación en productos vegetales y complementarla con pequeñas cantidades de carne y pescado. Ello permitiría disminuir la superficie dedicada a cultivar alimentos para el ganado, lo que supondría recuperar tierras para los animales salvajes y  reducir la brutal presión que ahora estamos ejerciendo sobre sus poblaciones, que están casi todas en peligro de extinción. También disminuiría la depredación de los recursos marinos, permitiendo su recuperación y su mantenimiento como reserva de alimentos de alto valor biológico. También, al reducir drásticamente la cabaña ganadera, bajaría en una gran proporción la emisión de gases de efecto invernadero, con el consiguiente alivio en la evolución del calentamiento global.

No parece que el hipotético futuro comercial de esta carne artificial sea muy brillante. En cambio, como muy bien ha apuntado el doctor Puigdomenèch, investigador del Centre de Recerques en Agrigenòmica, la tecnología que permite desarrollar tejidos a partir de células madre puede tener aplicaciones muy valiosas en el campo de la medicina y otras áreas de la biología.

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