Cerdos tatuados

La vida continúa.Tiene que ser así. Al fin y al cabo, cada uno tiene que vivir su vida porque nadie muere por otro. En una semana en que nos golpea en la cara la fragilidad de nuestra existencia, la pesadumbre por las 150 vidas humanas y las 5 caninas perdidas en los Alpes no debe de hacernos obsesionar con los múltiples peligros que nos acechan a diario -podemos morir en cualquier momento- sino agarrarnos a aquellas cosas por las que nuestra vida tiene sentido. Es cuestión de inteligencia emocional, de supervivencia en un mundo demasiado hostil. Si dedicáramos nuestros pensamientos a analizar la miseria que envuelve nuestra sociedad, las contingencias con las que nos encontramos cada día o la vileza de algunos personajes que moran esta tierra, a buen seguro que acabaríamos como Séneca, Stefan Sweig, o muchos románticos quienes no podían soportar que lo malo sobrepasara lo bueno. Se dice que el ignorante es más feliz. Lo que está claro es que la felicidad no entiende de riquezas materiales ni de posición social. Nos hace más felices -por lo común- una caricia o un beso de un ser querido que un plato de caviar en el mejor restaurante del mundo.Orson Welles retrató perfectamente el mensaje en Ciudadano Kane. Por suerte, el ser humano ha sido dotado con un colorido sentido del humor. Puede ser blanco, amarillo, verde o incluso negro. Negro es el sentido del humor que nos hace reir ante la iniciativa de un estadounidense emigrado a China para poder vender a un precio de 60.000 euros cerdos tatuados por él. Es una salvajada que esperamos que no tenga éxito. Sin embargo, escuchar noticias de este calibre nos hace soltar con la boca ancha un “qué mal está la peña” y por un minuto sentimos que vale la pena vivir, aunque sea para escuchar eso.

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