No hay palabras para describir el potencial dañino de una depresión. Tras casi 30 años viendo pacientes que sufren una depresión y a sus familiares que intentan acompañarles y apoyarles, tengo una cosa clarísima: es evidente que los psiquiatras no sabemos cuanto sufre un paciente con una depresión. Nuestra teoría y conocimientos no nos permiten conectar con la vivencia experiencial de los pacientes. Simplemente surfeamos sobre la esencia y el núcleo de la depresión.
Hay experiencias que uno no puede imaginarse si no se han sentido. Las palabras se quedan cortas. Intentamos empatizar con ellos pero no pasamos de la epidermis emocional. El mejor texto es el paciente, el sí que sabe cómo la depresión le bloquea, le paraliza, le angustia, le culpabiliza, le genera continuos autorreproches, le hace sentirse ambivalente en sus vínculos mas próximos, le hace sentirse indigno.
No se puede controlar lo que se piensa (siempre en su contra), lo que se siente (todo un tsunami de emociones negativas que emergen e inundan la mente), lo que se hace (no se puede hacer nada, se rompe la cotidianidad y todo es un gran esfuerzo), la forma de relacionarse con uno mismo (uno es peor su enemigo) y sobre todo la forma de relacionarse con los demás, que, muchas veces agobian, estorban y nos sobran.
La depresión es muy dañina para el que la padece y para la familia, ya que nadie vive aislado y el vínculo con los demás soporta nuestra vida. La victima de una depresión es el que la padece, pero también otras dos personas, como mínimo: el cónyuge y los hijos. Necesitamos siempre mirada microscópica pero nunca hay que olvidarse de la visión macroscópica. Siempre hay que contextualizarla.
Todos somos sensibles y vulnerables a la humillación, al rechazo, a la perdida de un ser querido por una ruptura o la muerte, a la traición de la confianza, al maltrato y a experiencias traumáticas violentas. Es decir lo que nos ocurre en nuestras relaciones nos afecta mucho.
“Quiero pero no puedo”. He ahí la frase demoledora. A veces la culpa inunda toda la actividad mental: “no pongo de mi parte, me he vuelto vaga, soy mala por sentir lo que siento, he dejado de querer a mi familia, no siento nada por ellos, me he vuelto egoísta, no tengo motivos para estar así, cuando murió mi madre no me deprimí, ¿por que ahora?. es culpa de mi carácter, siempre he sido floja y mi autoestima es muy baja.
¿Pero como se adaptan las familias a este gran estrés?.La familia siempre hace lo que puede y lo que sabe, a pesar de los múltiples sentimientos que le genera su familiar depresivo y por las distintas fases por las que pasa en su adaptación. Es difícil convivir con alguien que está deprimido, ya que es un estrés acumulativo que provoca repercusiones emocionales.
Un sentimiento muy generalizado es la impotencia y la ignorancia sobre que decir y que hacer. Las familias casi siempre viven angustiadas, ya que la depresión actúa como lente de aumento amplificando los problemas normales familiares y que retroalimenta negativamente la depresión.
Su adaptación varía con el tiempo. Al principio trata de arreglárselas y suelen proteger al deprimido (críticas, presiones, desresponsabilizaciones). Tienden a brindar seguridad (intentan blindarlo) y recurren a la lógica y al reaseguramiento. Conforme pasa el tiempo la ayuda es más esporádica e intermitente (la familia se da cuenta de que descuida sus propias obligaciones). Las expresiones de reaseguramiento cada vez son menos auténticas y la sobrecarga les pasa factura. Hay un agotamiento y un enojo consecuencias de su impotencia ya que se dan cuenta de que sus esfuerzos no dan resultado.
Posteriormente van surgiendo el impacto en las relaciones. Las familias superadas, agotadas, con una gran impotencia por la sobrecarga que soportan, empiezan una nueva fase. No ven la depresión como una enfermedad sino que tienden a normalizarla y la asemejan a los bajones normales (sobre todo si no hay motivos) y hay una tendencia a interpretar los síntomas de fatiga, retraimiento, descenso de la líbido y anhedonia como reflejo de la falta de afecto o de compromiso con la relación.
El efecto sobre los hijos es otra consecuencia de la depresion, sobre todo si la deprimida es la madre. Con frecuencia se sienten responsables de la desdicha de sus padres y se sienten desvalorizados por no poder despertar suficiente interés o atención. A medida que sus necesidades se ven descuidadas pueden presentar síntomas emocionales, a veces se sienten culpables de la depresión de sus progenitores y pueden presentar problemas escolares, psicosomáticos y conductuales como respuesta a la carencia y la menos disponibilidad psicológica.
El impacto a largo plazo es muy dañino sobre todos ya que si no se reconoce la depresión como una disfunción legítima, los familiares se vuelven cada vez más críticos e intolerantes a los estados de ánimo y la conducta de la persona deprimida (sacar pecho, plantarse firmemente, luchar,…).Y por otra parte aumenta la impaciencia y se ven a los deprimidos como ociosos, manipuladores, víctimas y egoístas.
Este contexto cultural lleva a los pacientes y a sus familias a sensaciones de estigma y vergüenza con respecto a los síntomas que escapan a su control, por el carácter desmovilizador de la depresión se pierden vínculos, amistades y apoyos sociales. El aislamiento consecuente aumenta la conflictividad familiar, menoscabando los recursos familiares.
Como la depresión es recurrente y a veces crónica, las familias se ven envueltas en ciclos de estrés y conflictos aparentemente sin fin. Las cicatrices que son producto del desengaño, resentimiento e ira pueden durar mucho tiempo después que la depresión haya cesado y como es de esperar la depresión puede exacerbar dificultades y conflictos previos.
La depresion es un gran test de estrés para la familia.
Pero hay motivo para la esperanza, hoy tenemos tratamientos muy eficaces,. El 80% de los deprimidos se recuperan. Hay que pedir ayuda especializada y nunca pedir perdón por estar deprimido. Usted no esta como es usted, esta mal pero volverá a estar bien.





