En este medio privado los analistas solo compartimos el respeto al lector, pero no hay ideología que nos vincule, porque cada cual profesa la suya con libertad. En este punto, los hay que aprovechan el púlpito editorial para sumarse a la campaña y los que, habiendo definido nuestra posición regularmente, respetamos el ejercicio político de seducción electoral, pero no queremos contribuir a la saturación de mensajes con la que las formaciones desbordan al elector durante más de una quincena.
De este modo, no me posicionaré sobre el supuesto vencedor de un debate ad hoc en IB3 que, por no haber exhibido fallos graves en los adversarios, solo consiguió retroactivar la posición de los simpatizantes. No es difícil suponer que tampoco influyó en el trasvase de sufragios ni en la definición de los indecisos, porque ambos cumplieron justo con su papel, independientemente de que la actuación fuera más o menos creíble. Lo que sí tengo la impresión es que una confrontación a dos, entre candidatos que han sufrido el desgaste del poder, no es el mejor escenario para un aspirante a la reelección, sobre todo si es tan encorsetado como el que la noche del miércoles pudimos compartir en todas las islas. Tampoco parece que sea una buena estrategia centrar el “cara a cara” en el reproche mutuo, con el que nos han regalado toda la legislatura, ya que el mayor beneficiario de la erosión recíproca es el que no comparte el plató televisivo.
Es conocido que la LOREG tasa los espacios de publicidad electoral gratuita en la radio y televisión de titularidad pública y que esta regulación también provoca que se mantengan ratios en la información de campaña, sujeta al único criterio objetivo: el tiempo, pero compuesta de contenidos acríticos y edición controlada (a veces producida) por los propias partidos. Esta referencia y la presunción de que más minutos en pantalla son caldo de cultivo para una cosecha fecunda, deben haberse sumado al temor de que más partidos en la contienda minimizarían las propuestas del bipartidismo y evitaría que pudieran reforzar su carisma, lo que hizo que ninguno de ambos rehuyera el encuentro. El problema es que en estos comicios, mucho más que en todos los anteriores, hay un caladero en el que algunos invitados de última hora pescan sin pericia ni esfuerzo, mientras los veteranos reparan las redes expuestas a los efectos del gobierno. Partidos, agrupaciones electorales o coaliciones que les basta no exponerse a la opinión pública para que los peces caigan en su barca, por lo que deberían tener más presencia pública para que los ciudadanos podamos poner a cada uno en su sitio y no votemos por amor a una pareja cibernética, de la que abominamos cuando lleguemos a conocerla.
Por una vez, aunque no por el mismo motivo, comparto el pesar de Mariano Rajoy porque la campaña se le ha quedado corta. Sobre todo porque ha sido breve para descubrir lo que esconden partidos que no muestran sus programas o candidatos que pierden votos cada vez que abren la boca. La campaña le habrá resultado larga a más de uno, pero le parecerá un suspiro si tiene que convivir cuatro años con alguien, que no tiene nada en común con lo que le impulsó a formar matrimonio, sin que pueda divorciarse en toda la legislatura.





