Crueldad infinita

El desgraciado episodio de la muerte de dos chimpancés tras escaparse de uno de esos denominados “safari parks”, ha puesto de manifiesto, una vez más, el absoluto desprecio y la crueldad con que tratamos a los animales, incluso a aquellos que son genéticamente más cercanos a nosotros, tanto, que la diferencia es mínima.

Nosotros pertenecemos a la familia de los primates hominoideos, y por tanto, los otros miembros de la familia, orangutanes, gorilas, bonobos y chimpancés, son nuestros parientes más cercanos, nuestros primos hermanos. Compartimos con ellos casi todo nuestro genoma y todos ellos tienen comportamientos sociales y de comunicación muy complejos y, en muchos casos, muy parecidos a los nuestros. Desarrollan relaciones de amistad, de amor, también de enemistad, igual que nosotros. Incluso tienen capacidad de expresar y comunicar determinados conceptos, como estados de ánimo, deseos o necesidades del momento.

Todos ellos están en peligro de extinción, y somos nosotros los que les hemos llevado al límite, con la caza y captura indiscriminadas  y, sobre todo, con la destrucción brutal de su hábitat natural. Deberíamos proteger de manera efectiva las escasas zonas que aun quedan y dejarles desarrollar su vida y su cultura en libertad y, por supuesto, prohibir radicalmente su caza y su captura. Es absolutamente vergonzoso que todavía se consienta su mantenimiento en cautividad, ya sea con finalidades recreativas, como en zoos o circos, o, peor aun, de investigación médica.

Desde hace años hay voces que desde la ciencia, la filosofía y la moral abogan por concederles plenos derechos como individuos sentientes, lo que les daría una protección legal definitiva, pero no se han conseguido avances significativos. Si seguimos así unos años más, ya no hará falta, porque ya se habrán extinguido.

El caso de los dos pobres desgraciados de Mallorca es paradigmático. Resulta que pertenecían al ínclito empresario alemán Hasso, ¿cómo puede ser que se consienta que un particular tenga una pareja de chimpancés en cautividad?, que los mantenía en condiciones infames en una jaula. A la muerte de su “dueño”, al parecer fueron las propias autoridades españolas quienes los trasladaron al “zoo park”, donde han estado varios años en parecida situación indecente, en otra jaula. El encierro forzoso en un espacio reducido tiene sobre estos animales el mismo efecto, o peor, que el que padecemos los humanos cuando nos encarcelan en una celda de castigo. Nadie debería haberse extrañado de que tuvieran mal carácter, de que fueran agresivos, ni de que, cuando tuvieron la oportunidad, se escaparan.

El mantenimiento de animales salvajes en cautividad debería estar prohibido. Los espectáculos con animales salvajes son degradantes y crueles. Los parques zoológicos y los acuarios solo tienen hoy en día justificación si participan en proyectos de conservación y reproducción en cautividad de especies en peligro de extinción, y la actividad de “exposición” tiene como objetivo la educación de los ciudadanos, especialmente de los niños y adolescentes, en los temas de protección ambiental y respeto hacia la naturaleza.

Nuestro impacto sobre el medio ambiente está siendo tan brutal que hay especialistas de prestigio mundial que opinan que se ha iniciado la sexta gran extinción, que, a diferencia de las cinco anteriores, que fueron producto de causas naturales, tendría su origen en las actividades de nuestra especie.

Nuestra relación con los animales salvajes es un ejemplo de crueldad e inmoralidad sin límites. Además de destruir sus territorios, de cazarlos no por necesidad, sino por pura diversión y de colocar sus cabezas disecadas, o todo su cuerpo, como adorno de nuestras viviendas y clubes sociales, de hacernos ropajes, que no necesitamos, con sus pieles, los capturamos vivos, los transportamos en condiciones  tan infames que la mayoría mueren antes de llegar a su destino, los vendemos y compramos como si fueran mercancía inerte, muchas veces solo para matarlos o abandonarlos después, les confinamos en jaulas o espacios reducidos, donde pierden toda su personalidad y, literalmente, se vuelven locos, o les obligamos a aprender a hacer ejercicios acrobáticos, contrarios a su naturaleza, para nuestra diversión y entretenimiento.

Si realmente queremos ayudarles, bien están los centros de recuperación de fauna y reproducción en cautividad, incluyendo los parques zoológicos, que tienen como objetivo último la reintroducción de las especies en su hábitat natural, siempre y cuando dejemos una superficie suficiente de hábitat natural en la puedan vivir. Pero si no estamos dispuestos a proteger los espacios naturales para que todas las especies puedan seguir desarrollándose, no les sometamos al último y definitivo escarnio de la cautividad, a la tortura de la experimentación, a la burla de la exhibición circense, dejemos que se extingan en libertad, cosa que, probablemente, no podremos hacer nosotros, que nos extinguiremos cuando hayamos destruido por completo nuestro propio medio ambiente.

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