Hace unos días, en las Avenidas, una turista se me acercó y me preguntó dónde podía coger un bus para ir a Illetas. “¿Illetas?” “Sí”. “Cruce la calle, porque los buses para Illetas van en el otro sentido. Es el 3, pero hacia el otro lado”. Yo empezaba a sentirme satisfecho de que, con mi inglés 'macarrónico' estaba haciendo una labor humanitaria que los hoteleros me agradecerán un día, cuando delante mío, en sentido hacia el Pont d'Inca para un bus de la línea 3 que, en su lateral pone “3. Illetes”. La turista, que hasta ese momento creía a pies juntillas mi amable información, me miró a la cara, me señaló el bus y me hizo un gesto que yo, en traducción libre, interpreté como “¿te has pensado que yo soy imbécil?”. Uy. ¿Cómo le explico yo a esta alemana o danesa u holandesa que aquí somos así, que los buses en dirección al Pont d'Inca pueden poner perfectamente Illetes, porque nuestros servicios públicos son así. Tuve que ir hasta la parada, buscar el cartel semidestruido que aún se conservaba y explicarle detenidamente dónde estábamos y hacia dónde iba cada bus. Diez minutos después, mi interlocutora aún tenía dudas, pero mi persuasión empezaba a hacer efecto. Ustedes verán: Palma es la única ciudad que yo conozco donde el bus que va hacia la Catedral pone Playa de Palma; donde el que va a la Plaza de España pone Son Roca, donde los modernísimos carteles electrónicos que podrían cambiarse varias veces por minuto no son usados porque “vatuadell, quina feinada” tener que programar todos esos botones. Y, como al final, a nadie le importa que los servicios funcionen, seguimos así, como en el Congo, como en Ruanda, como en Caracas. ¿Cómo se lo explicamos a los guiris?





