Como colofón al revisionismo histórico emprendido por el Gobierno de Pedro Sánchez, se convocó un concurso de proyectos para la resignificación del conjunto monumental del Valle de los Caídos, situado en Cuelgamuros, en la Sierra de Guadarrama.
Ayer se hizo público el proyecto ganador del concurso, que supone la eliminación de determinados elementos artísticos y la división del conjunto mediante una gran grieta central. Es, desde luego, una metáfora certera de la actitud del Gobierno con relación a la sociedad española. Si el original Valle de los Caídos se construyó durante la dictadura, con el concurso de muchos presos políticos republicanos, pero con la pretensión declarada de escenificar la reconciliación de aquellos que combatieron en nuestra Guerra Civil, Sánchez busca justamente lo contrario, es decir, dividir. Se trata de que nos situemos a uno u otro lado de la grieta, con los buenos o los malos, según esta psicopática concepción de la historia.
Sánchez, el PSOE y el resto de la izquierda española se pasan el día ganando guerras a los muertos, incapaces de aceptar que sus predecesores resultaron perdedores en aquel triste conflicto, nacido de las convulsiones y la profunda división social que ellos mismos contribuyeron a expandir durante la II República.
Resulta patético el tratamiento que la incorrectamente denominada Ley de Memoria Histórica otorga a nuestro patrimonio. Aunque el Valle de los Caídos fuera, realmente, un monumento de significación franquista o, como ellos son tan aficionados a calificar, de carácter fascista, merecería su conservación tal y como fue diseñado, porque forma parte de nuestra historia, por más que el sanchismo la quiera borrar. Italia, con gobiernos de toda orientación desde 1945, conserva hoy en día notorios ejemplos de la arquitectura y arte fascistas.
Estas “resignificaciones” son un producto más del wokismo patrio, y, además, son profundamente incoherentes, porque ¿dónde ponemos el límite?
Quizás, pues, con este mismo criterio, debiéramos eliminar la estatua ecuestre del Conquistador en la palmesana Plaça de Espanya, por los innegables crímenes de lesa humanidad de Jaume I en contra de los mallorquines del siglo XIII, a los que se pasó a cuchillo inmisericordemente. Crímenes, por cierto, gracias a los cuales estamos aquí. Sin embargo, toda la izquierda le rinde homenaje y ofrenda floral cada 31 de diciembre, al punto que proponen que esta efeméride se convierta, de nuevo, en la genuina Diada de Mallorca.
Los mallorquines ya tenemos experiencias previas de resignificación progre. El monolito de Sa Feixina, que la izquierda de Ciutat quiso demoler en la anterior legislatura, había sido previamente despojado de todos aquellos elementos que el consistorio de la también socialista Aina Calvo consideraba ‘ofensivos’, como eran el relieve con el escudo mal llamado franquista -el águila de San Juan de los Reyes Católicos que figura en el original de nuestra Constitución de 1978-, el texto “Mallorca a los héroes del crucero Baleares - Gloria a la Marina Nacional - Viva España” y, sobre todo, el valioso conjunto escultórico con el flecha naval brazo en alto. Al final, un atentado más contra el arte, capando un diseño monumental que conformaba un todo, en aras a no lacerar la débil dermis de los ofendiditos de la izquierda.
Dicho en román paladino, todo esto es muestra de una gigantesca estulticia e incultura, fundada además en el más puro resentimiento, como la inmunda grieta con que Sánchez quiere dividir Cuelgamuros y la sociedad española.





