El Mallorca jugó mejor que el Zaragoza y no mereció perder, hasta ahí estamos de acuerdo, pero la culpa de la derrota no fue del árbitro. Pizarro Gómez cometió un error de principiante al ser condescendiente con las amonestaciones en la primera parte y tuvo que tirar de amarillas después a la desesperada. De eso a que influyera en la victoria local, media un abismo. Vamos por partes.
¿Era falta la que originó el primer gol local?. Si. ¿Cometieron alguna los rematadores?. No. ¿Hubo manotazo de Aveldaño en la cara del atacante aragonés que dio lugar al libre indirecto del segundo tanto?. Si. ¿Castiga el reglamento esa acción con una tarjeta?. Si. Nadie dudó, antes de leer el acta, que la segunda fue motivada por probables insultos, ante los cuales hubiera mostrado una roja directa, sin considerar que la protesta airada y reiterada ante la propia cara del juez se sanciona con la gualda.
Dicho esto cabe reconocer que la cortina de humo arbitral ha servido para justificar o pasar por alto los dos fallos de Timon ante remates ingénuos, los defectos de marcaje de la zaga en ambos lanzamientos, la mínima inteligencia del defensa central argentino y en último término el clamoroso fallo de Arana, autor de un precioso gol, al cabecear por encima del travesaño a un metro de portería un balón que era más difícil errar que introducir en la meta de Manu Herrera. En el mejor de los casos cuatro fiascos de órdago contra uno, sólo hipotético, del colegiado: la redacción del acta.
Si el madrileño hubiera escrito que el capitán mallorquinista le insultó, habría sido tildado de mentiroso y de falsear el documento. Escribió la verdad y tomó una decisión. Huelga recordar el silencio de los corderos en las ocasiones en que dichas decisiones favorecieron a los de Vázquez. Que lo pregunten en Tarragona, Huesca o Alcorcón.





