El pasado martes vimos que el presidente de La Liga, Javier Tebas, no sólo no se resigna a dar por concluida la actual temporada, sino que incluso ve factible su reanudación dentro de unas pocas semanas, quizás el 29 de mayo o el 6 de junio, o si no tal vez el 28 de junio. Esas optimistas previsiones tendrían seguramente algo más de fundamento y de proyección si Tebas fuera, además de abogado, un reputado epidemiólogo, un dirigente de la OMS o un colaborador del doctor Fernando Simón, aunque también es verdad que los expertos y los científicos están fallando últimamente un poquillo en sus pronósticos.
Como amante del fútbol, me gustaría que el campeonato se pudiera reanudar dentro de unos pocos meses, pero sólo si se puede garantizar que será prácticamente imposible que haya nuevos contagios. Puestos a pedir, también me gustaría que el Mallorca pudiese mantener la categoría al final de esta temporada y siguiera un año más en Primera División, aunque creo que eso no depende directamente de La Liga. El primer paso para intentar salvarnos del descenso lo deberíamos dar, cuando toque, ganando al Barça en Son Moix. La pena es que ese día jugaremos en un estadio que previsiblemente estará, ay, como nuestro fondo de pensiones: completamente vacío.
Si el objetivo principal es ahora intentar prevenir nuevos posibles repuntes en los contagios, quizás sería también conveniente que los jugadores de los distintos equipos sigan entrenando durante un tiempo aún en casa, como hacen ahora, para que el contacto físico entre ellos sea el mínimo posible antes del inicio de cada partido. Tal vez sería igualmente oportuno que, por el momento, las charlas diarias de los entrenadores con sus pupilos se hagan por «skype» y las ruedas de prensa se realicen por videoconferencia. Lo que sí podría seguir sin cambios sería la sala del VAR, con la única condición de que cada cierto tiempo se pase un poco de lejía por todos los mandos.
El mayor hándicap que pueden tener los partidos de fútbol a corto plazo es la evidencia de que, ya en sí mismos, son siempre una potencial fuente continua de contagios, en especial después de cada gol o de cualquier posible jugada conflictiva. Así, raro es el encuentro en el que no se suceden o se alternan besos, abrazos, achuchones, apretones de manos, cabezazos, agarrones, golpes, empujones, algún escupitajo perdido y alguna pequeña o gran herida. En ese contexto a veces casi bélico, el posible uso de mascarillas quizás no ayudaría mucho. En cambio, una posible medida preventiva provisional beneficiosa podría ser pedir a los árbitros que, a partir de ahora, salgan al campo no sólo equipados con el pinganillo, el spray de tiza, el bolígrafo, las tarjetas y un banderín, sino también con una botella de alcohol, toallitas húmedas y gel desinfectante.