Diario de un confinado: Pequeñas excusas

Hace unos días, un hombre estaba paseando a las once de la noche en chándal por la calle General Riera de Palma. La Policía, con muy buen criterio, le interceptó y le preguntó a dónde iba. «Voy a trabajar», contestó. El problema surgió cuando se comprobó que el único trabajo conocido de esa persona es, al menos hasta el momento, el de adueñarse de los bienes ajenos de manera no voluntaria, normalmente por la fuerza. Así lo avalan 24 detenciones anteriores. Gracias a la actuación de la Policía, se evitó que ese hombre pudiera seguir provisionalmente en lo suyo, que en principio es algo que poco o nada tiene que ver con una actividad esencial, salvo para él, claro.

Lo paradójico de ese caso es que, posiblemente, ese hombre estaba siendo esencialmente sincero, por lo que no sabe uno si incluirlo en el amplio catálogo de tretas o de excusas que algunas personas están utilizando estos días para intentar saltarse el actual confinamiento obligatorio. «He sacado a pasear al perro», alegó un hombre que fue descubierto por la Policía cerca de Es Molinar. Sin embargo, su mascota debía de ser invisible, porque nadie consiguió verla. «Mi canario tiene claustrofobia», justificó un joven ante un par de agentes, en Son Gotleu, para explicar el motivo por el que paseaba por la calle con su mascota cantora encerrada en su pequeña jaula.
«He ido al supermercado», dijo a una patrulla otro joven, cerca de las Avenidas, algo que podría haber sido verdad de no haber ocurrido pasada ya la medianoche. «He salido a comprar el pan», explicó un señor a la Policía cerca de Pere Garau. Esa afirmación perdió algo de solidez cuando los agentes descubrieron que vivía a cinco kilómetros del lugar en el que había comprado su baguette. De todos los casos que conozco hasta ahora, mi favorito es uno que no pasó en Palma, sino en Lleida. La Policía paró un coche en el que viajaban un matrimonio y su hijo, camino del súper. «Yo conduzco, mi mujer paga con la tarjeta y el niño escoge. Siempre lo hacemos así», aclaró el hombre, sin apenas inmutarse.
Para ser justos, hemos de reconocer que poner excusas o utilizar argucias ante determinadas situaciones es algo casi connatural a todos los seres humanos, incluso desde mucho antes de que se creasen los estados de alarma y los confinamientos. En realidad, solemos crecer ya así, mintiendo ya a veces de niños para justificar un suspenso o para no hacer los deberes. Y ya de adultos, utilizando pequeños embustes para no ir al trabajo o para no salir con los amigos de juerga. Precisamente, la única ventaja de estos tiempos un poco extraños que hoy vivimos es que si no somos de mucho salir, no tenemos que utilizar ya ninguna excusa para poder quedarnos siempre en casa.
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