Dos décadas le ha costado al insigne Antonio López culminar el retrato de una familia, que ha estado a punto de romperse en reiteradas ocasiones. El artista albaceteño ha retocado los diez metros cuadrados de tela en tantas jornadas como el protagonista central de la obra ha estado a punto de cargarse la concordia con más reiteración de la que merecieron sus disculpas. Ahora que Corinna Larsen, con apellido conyugal aristocrático e impronunciable, dicen que sólo es un vago recuerdo en la mente del monarca y se han reconducido los rumores de inminente separación en la Zarzuela, su estampa nos sirve para ejemplarizar la moderación con la que afrontan algunos sus diferencias y el pragmatismo con el que se interpreta el guión con el que actuar dentro y fuera de las bambalina. En el caso del regio patriarca, tanto como en el de su heredero, el sentido de Estado y la fragilidad de una corona, insertada como mal menor en la convulsa transición democrática, sugieren eludir cualquier síntoma de humanidad para no tentar la plebe a una revuelta. Como decía Albert Boadella desde la tutela de Els Joglars, antes de volverse un Ciudadano cualquiera, la Iglesia pierde adeptos porque le ha restado teatralidad a la liturgia y es difícil pensar que Dios ha escogido a alguien sin alzacuellos o que tiene los mismos vicios y virtudes que las demás personas.
Lo que resulta más incomprensible, sin taparse antes la nariz, es cómo no se alcanza la ruptura entre quienes se pasan el día cuestionando a su pareja. Si los comentarios de Joan Lladó son incompatibles con la tolerancia de Gabriel Barceló, Esquerra y los que resta de MÉS se parapetan en su vocación de concordia. Si Artur Más le propone matrimonio político y Oriol Junqueras le pone la llave del hotel encima de la mesa, no tienen reparo en seguir mirándose a los ojos en vez de mimar a los que les confiaron la papeleta. Incluso el mirlo blanco de la progresía bolivariana estaba dispuesto a reñir con la deuda soberana y renunciar a las garantías de que le presten el dinero sin partirle las piernas, hasta que llegaron Torres y Navarro para convencerle de que bastaba con dormir en camas separadas. Ni les hablo de la calle Génova, que prometió acabar con el aborto a plazos pagado a tocateja y ha mirado para otro lado como a las noticias de la miseria. También parecía que Pedro Sánchez no se conformaba sólo con adelgazar 135 gramos a su admirada pareja, hasta la fecha, sino que la Constitución ya le parece vieja (mañana cumple 36 años), a pesar de que la siga empleando sin atreverse a abrirla, porque le ha servido para encumbrarse a la cúspide de la oposición, si no son otros los que le quitan la vez en un año vista.
No cabe duda de que las rupturas no se han reducido sólo como consecuencia de la crisis, porque no es tiempo de aventuras con el frío que hace afuera, sino porque se impone la máxima del sálvese quien pueda y ni siquiera cuando todos queremos que acabe la gran impostura, se impone la coherencia. Si el fin es el objetivo, no deben ser rígidas las estrategias, para que el legado del florentino Maquiavelo controle nuestra conciencia. Según marca la veleta, corre el viento por la clase política, porque los programas los establecen las referencias demoscópicas y cuesta trabajo confiar que el algodón no salga sucio si lo pasas por debajo de cualquier mesa.
Con la iglesia católica abriéndose a quienes antes daba la espalda, gracias a un pontífice que habla varias lenguas pero se le entiende claro en todas ellas, el divorcio ya no debería recibir repulsa, porque es una cara más de la desafección callejera. Después de varios fracasos en la mochila, aprecio mucho que la gente asuma sus errores y afronte sus consecuencias. El apego a la supervivencia no está opuesto al coraje con el que debemos seguir mirando a la cara cuando ofrecemos excusas, sin parecer tahúres que van de farol como el ínclito Fran Gómez Iglesias. Amagar y no dar era un juego inocente propio de otra época, que puede llegar a ser desconcertante para la opinión pública, si algunos malos ejemplos de la casta y de quienes la critican, salen corriendo a tocar madre cuando la canción se acaba, como nuestra agonizante legislatura. Creo en el amor, aunque me cuesta mantenerlo en pareja si nuestra evolución no es paralela. Como siento que sólo queda inmaculada la virgen que nos alargará el fin de semana, espero llegar a saber antes de que se reabran las urnas lo que me ofrece mi compañera ideológica, porque ya no sé ni lo que piensa, u opto por dejarme seducir hacia otra tentadora oferta, si es que llego a creer que alguna propuesta es sincera y no son más que cuatrienales cantos de sirena.