Locura de amor

A pesar de lo que el título de este artículo pudiera quizás sugerir, hoy no les hablaré de la relación entre Pedro Sánchez y los partidos independentistas o entre el Partido Popular y Vox.

En principio, sólo les hablaré de cine, más en concreto de las películas en donde aparece una historia de amour fou —amor loco—, es decir, una historia en la que la pareja protagonista parece moverse casi exclusivamente entre la fatalidad afectiva más absoluta y el «ni contigo, ni sin ti» más devastador. Pero, insisto, hoy no les hablaré de lo que ha pasado esta semana en el Congreso de los Diputados.

En ese subapartado cinematográfico específico del amour fou podrían incluirse películas en principio tan dispares en el fondo y en la forma como Lo que el viento se llevó, El cartero siempre llama dos veces, Duelo al sol, Gilda, Vértigo, La mujer de al lado, Herida, M. Butterfly, Instinto básico o Match Point, entre otras.

Todas estas películas, tan distintas entre sí, tienen de una u otra forma, sin embargo, un mismo nexo de unión, el de la intensidad y el carácter extremo con el que los protagonistas parecen vivir su desgarrada y desgarradora pasión, al margen del mundo y de sus reglas, y muy posiblemente también al margen de la cordura y de la lucidez, que en ocasiones —no siempre— es casi tanto como decir al margen del verdadero amor.

Uno de los mayores atractivos de películas como las ya citadas, o de otras que se mueven en la misma línea temática del amour fou, es que en ellas las historias que se nos cuentan son historias entre iguales, en ocasiones iguales en inteligencia o en la manera de exponer sus sentimientos, aunque la mayor parte de las veces suelan ser iguales sólo en locura, o en un deseo físico casi animal, o en un componente afectivo sadomasoquista, o en una dependencia mutua emocional.

En los casos más extremos, incluso es posible que los protagonistas de esas historias puedan llegar a ser iguales porque compartan por completo todos esos rasgos al mismo tiempo o casi a la vez.

Como todos —o casi todos— sabemos más o menos bien, este tipo de historias no sólo se dan en el cine o en la literatura, sino también en el mundo que llamamos o consideramos como real, incluido el de la política. Y no digamos ya en el de la política española, aunque hoy no vaya a hablarles de ella.

Tanto en un ámbito como en otro, todas esas historias son historias que, además, pueden durar varios años o incluso décadas, a pesar de algunos periodos de aparente latencia o apaciguamiento.

En el mejor de los casos, las historias de amour fou suelen acabar con el agotamiento psicológico de los amantes, mientras que en el peor de los casos suelen culminar con la autodestrucción mutua asegurada, aunque sin la necesidad de tener que usar armas nucleares. Al menos en un principio.

Sea como sea, son historias que se han vivido desde la noche de los tiempos y que, muy posiblemente, se seguirán viviendo también del mismo modo en el futuro. Este tipo de historias pueden desarrollarse, además, tanto en las ciudades más cosmopolitas y abiertas del mundo como en las más pequeñas y serenas capitales de provincia.

Son, en definitiva, historias que puede vivir cualquier ser humano, o casi, sin importar cuáles puedan ser sus ideas, ni sus creencias, ni su edad, ni su raza, ni su sexo, ni su condición.

Son historias en las que, en cualquier caso, seguramente nunca llega a quedar del todo claro si finalmente hubo o no lo que prácticamente todos buscamos a lo largo de nuestra vida, el verdadero amor.

La única certeza que hoy por hoy podemos tener es que el único lugar de España y tal vez también del mundo en donde ahora mismo es absolutamente imposible encontrar el verdadero amor es, precisamente, el Congreso de los Diputados, porque allí sólo se da o se manifiesta, de una u otra forma, ay, el amour fou, la locura de amor.

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