El caso Rubiales

Parafraseando al gran Pedro Ruiz, “este país es un niño enfurruñado, que un día se toma a pecho el asunto más pequeño y que al otro se hace pis en el libro más sagrado”. La frase cantada por el afilado humorista y presentador catalán en sus años mozos me viene de perlas para explicar todo lo que está pasando en nuestro país en los últimos días. Es una metáfora perfecta de lo que es España, en donde somos capaces de rasgarnos las vestiduras por cuestiones menores y, sin embargo, miramos para otro lado o relativizamos asuntos trascendentales.

En el país del chismorreo, las tertulias de bar y la salsa rosa pone más el impresentable comportamiento del zafio y chusquero presidente de la Federación de Fútbol en la ceremonia de premiación del Mundial femenino que la conformación de un Gobierno estable capaz de regir los destinos del país en los próximos años, sin que tenga que depender de nacionalistas, independentistas y herederos de ETA. España es así.

Habrá que reconocer al menos un mérito al vulgar Rubiales y es que ha logrado poner de acuerdo por una sola vez a toda la clase política en este país, desde la extrema izquierda -que también la hay, aunque muchos medios eviten denominarla así- hasta la derecha más conservadora. Por una vez y sin que sirva de precedente, toda la casta política está unida en algo: pedir la marcha del presidente del fútbol patrio.

Vaya por delante mi rechazo a la actuación del ‘machito’ Rubiales tras finalizar la final del Mundial tan brillantemente ganado por nuestras jugadoras. Lo digo por si alguien tiene la tentación de acusarme de rebajarle importancia a lo ocurrido. Nada más lejos de la realidad. Tengo cuatro hijas y no me gustaría que ninguna de ellas me dijera un día que alguien -hombre o mujer- le ha forzado a darle un beso o ha ido más allá de lo consentido. También tengo un hijo y supongo que, si el pico se lo dieran a él sin consentimiento, no me lo diría.

Pero todos los que ahora se suman a la lapidación pública del casposo Rubiales, son los mismos que miraron para otro lado cuando se destapó que el presidente federativo pactó con Piqué un pelotazo de 24M por llevarse la celebración de la Supercopa a Arabia. Tampoco cuando se subió el sueldo de 160.000 675.761,87 euros brutos, más 3.000 euros mensuales de ayuda para pagar su casa en Madrid (36.000 al año). Cifras aprobadas el 30 de mayo de 2022 por la Asamblea General de la RFEF, que recibe dinero público. O cuando se destaparon unas supuestas grabaciones clandestinas que llevó a cabo el propio Rubiales a ministros y cargos del Gobierno de Pedro Sánchez. Tampoco pasó nada cuando el zafio Rubiales fue denunciado ante la Fiscalía Anticorrupción por su propio tío y exjefe de Gabinete, Juan Rubiales, por un presunto desvío de dinero federativo para pagar varias orgías con amigos en la localidad granadina de Salobreña. ¿Dónde estaban entonces todos los políticos que ahora se lanzan a degüello a pedir la cabeza del presidente federativo?

Rubiales hace tiempo que debería ser expresidente de la Federación Española de Fútbol por asuntos bastante más graves que un injustificable ‘piquito’ a una de las jugadoras de la selección femenina y su tocamiento genital con dedicatoria al público, a escasos dos metros de la Reina y la Infanta. Al final, la cabra acaba tirando al monte y por mucho que intente disimularlo, acababa metiendo la patita una y otra. Es lo que tiene colocar a según que tipos en cargos de proyección pública y reírle las gracias durante demasiado tiempo.

De paso, con el ‘caso Rubiales’ se tapan otras cuestiones que deberían preocuparnos bastante más, pero la izquierda sigue imponiendo su relato. Poco se habla de la ronda de consultas del Rey con casi todos los partidos políticos -los únicos que no han acudido al despacho con el Jefe del Estado son precisamente los socios necesarios de Sánchez para su investidura- y de la delicada situación alrededor de la gobernabilidad de nuestro país. O de la subida de los precios, con el aceite convertido en artículo de lujo; o de las dificultades de las familias para pagar la hipoteca y llegar a final de mes, o del acceso a una vivienda digna a un precio razonable. Con permitir hablar catalán, euskera y gallego en el Congreso, todo está solucionado. Por cierto, espero que si a alguno de los disputados baleares se le ocurre expresarse en mallorquín, menorquín, ibicenco o formenterense en el hemiciclo, no sea llamado al orden por la presidenta Armengol por no utilizar el catalán estándar.

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