"Nuestro actual sistema no es lo suficientemente selectivo con los que llegan a nuestro país; ya está bien de acoger al primer desgarramantas que llega en patera. Estamos, por tanto, elevando los requisitos de admisión: exigiremos un visado de trabajador cualificado y, desde luego, la necesidad de que hablen nuestro idioma. El que quiera entrar aquí, tendrá que demostrar que lo merece. Además ampliaremos de 5 a 10 años el periodo necesario para adquirir la ciudadanía, aunque estos plazos se podrán reducir en función de las contribuciones económicas de los emigrantes al país. Vamos a reducir nuestra dependencia de trabajadores extranjeros para recuperar el control. Tenemos que evitar que el nuestro se convierta en un país de extraños. Pretendemos una menor inmigración neta, exigir habilidades superiores a los que pretenden entrar, y proteger al de aquí. En suma, estamos recobrando el control de nuestras fronteras. Sí, creo que tenemos que reducir la inmigración. Significativamente. De otro modo nuestro país continuará desmoronándose. El experimento ha finalizado".
A primera vista esta propuesta podría provenir de Alternativa por Alemania (AfD), ese partido que los servicios de inteligencia alemanes consideran poco compatible con la democracia alemana por su visión etnicista de la política. La clasificación abre la puerta a la posibilidad de vigilarlo, infiltrar agentes en sus filas y eventualmente ilegalizarlo. Esto ha hecho mucha ilusión a los partidos de izquierda españoles, que ya están pensando en aplicar la misma terapia a Vox, y que no han tenido en cuenta que los que tienen una visión etnolingüística poco compatible con la democracia son precisamente sus socios nacionalistas. Pero en todo caso esta propuesta (lo que está en negrita es literal) no viene de AfD, sino de Keir Starmer, laborista y látigo de la ultraderecha. Y ahora mismo se acaba de apuntar a eso que parece la postura de AFD el propio canciller Friedrich Merz: «Hemos permitido demasiada inmigración descontrolada y posibilitado demasiada inmigración poco cualificada en nuestro mercado laboral». Hay que acabar con la política de puertas abiertas de Merkel.
Todo esto plantea bastantes perplejidades, y la primera es qué ha ocurrido para que los políticos actuales puedan permitirse tener tanta jeta. Recordemos que, hasta este súbito giro, todo inglés que manifestara en redes opiniones similares a las que ahora defiende Starmer podía ser investigado, y tal vez encarcelado, por la policía de Starmer. Cuando uno lo escucha defender solemnemente lo que hasta ayer criticaba comprueba asombrado la dureza de su cara, frente a la que el grafeno resulta un material endeble. Parece que algunos políticos, o los expertos en comunicación que los aconsejan, se han dado cuenta de que ya no hace falta disimular y eso podría demostrar 1) que el nivel de exigencia democrática de la sociedad está descendiendo rápidamente y 2) que esos políticos tienen los estándares éticos de una iguana común. Pero hay más.
Es obvio que un montón de votantes laboristas van a aceptar, con total naturalidad, que lo que antes era cosa de fachas de ultraderecha es ahora perfectamente de izquierdas. Y que los votantes de Merz asumirán que lo que era una propuesta intolerable de AfD es, sin solución de continuidad, una solución perfectamente razonable. Ambas cosas no pueden ser ciertas, pero los votantes harán, de forma automática e inconsciente, los ajustes mentales necesarios que les permitan creer que en todo momento han tenido razón. Hasta ayer los votantes laboristas han defendido una política de acogida a los emigrantes que les permitía exhibir su superioridad moral frente a la malvada ultraderecha. Ahora esa política desaparece (lo que demuestra su radical insinceridad), pero los votantes desplazarán con total tranquilidad ese postureo moral (que tal vez sea el principal motor de voto) a otro asunto que les permita sentirse superiores al adversario. El apocalipsis climático, tal vez. O inexistentes discriminaciones.
El caso es que la inmigración es un asunto especialmente abierto al debate moral (qué obligaciones tienen los ciudadanos de un país ante los que quieren entrar en él, qué deberes deben ser exigidos a estos, qué valores culturales son innegociables y qué nivel de dilución cultural es admisible…), pero Keir Starmer no ha hecho una reflexión ética sino una constatación demoscópica: el populista Nigel Farage le está arrebatando a un votante francamente preocupado por los problemas derivados de la inmigración. De hecho, lo de «recuperar el control» es un lema de Farage. El «refugees welcome» es una de esas creencias de lujo, que se desvanecen cuando un número suficiente de refugiados llegan al propio barrio. O, si lo prefieren, una hipocresía. Y esta es un poco la moraleja: si uno permite que los movimientos de su partido definan su posición, su postura moral puede acabar definida por las necesidades electorales de un sinvergüenza. Y eso es bastante triste.
2 respuestas
Totalmente de acuerdo.
Es que el control de la cantidad, antecedentes penales y cualificación de la inmigración no es cosa de derechas ni de izquierdas, es una necesidad para la supervivencia de los residentes de un lugar como el nuestro con las limtaciones territoriales y de recursos que tiene una isla.
Muy bueno, Sr. Navarro. El dedo en la llaga.
La pregunta es si este giro de 180º sería aplicable a nuestros gobernantes y a nuestra progresía. Personalmente creo que, si llegado el caso, ven que Vox y PP les comen la tostada por la preocupación de los ciudadanos con el tema de la inmigración -el PP dudo que se meta en ese charco, demasiados complejos y demasiado miedo a que les llamen fachas-, Pedro y su mariachi darían esa voltereta sin despeinarse. Pero aunque esa es mi percepción, vaya usted a saber, tampoco pongo la mano en el fuego. Al fin y al cabo «Spain is different».