En este disparate de país en el que los españoles nos tenemos que hablar con traductor simultáneo, hay una noticia que me parece de primera importancia: el anuncio, hecho por el ministro de la Presidencia, Ramón Jáuregui, de la creación del Consejo Estatal de Medios Audiovisuales. O, más que eso, la función que, ha señalado, se le va a encargar. Algunos medios de comunicación cercanos al PP han puesto el grito en el cielo, aduciendo que se trata de una iniciativa para controlar las críticas que está recibiendo el Gobierno. En efecto, algunas frases que se han deslizado en el anuncio hecho por el ministro pueden dar pie a pensar que estamos ante un instrumento para la censura de las voces discrepantes: Jáuregui dijo, por ejemplo, que la ley y el Consejo pretenden evitar los “climas de crispación y enfrentamiento” que se viven hoy en la sociedad española, lo cual podría dar pie a esta interpretación. Sin embargo, yo creo más bien que la intención del Gobierno va por el lado de dignificar la televisión, por lo que prefiero recordar que el ministro también dijo que el objetivo central de este organismo será el de evitar la “banalización” de los medios, con la presentación de ciertos personas como modelos, luchar contra la entronización de “falsos valores” que atentan contra los principios democráticos y el combate de “la agresividad, la descalificación y el enfrentamiento como parte del espectáculo, como condición de la audiencia.” Precisamente, pocas horas después de este anuncio, la inefable Telecinco, en el programa más basura de todos, Sálvame, presentaba en términos elogiosos a un descerebrado que se hacía pasar por maltratador: un país que está entregado a la lucha por la igualdad, que ha desarrollado toda clase de sanciones contra estas prácticas, logra la audiencia máxima de televisión cuando un loco se presenta como un agresor de mujeres. Es hora de que, dado que la mercantilización ha llegado a extremos insospechados, dado que la educación ha convertido a este en un país con una cuota de marginación cultural elevadísima, dejemos de esperar nada del altruismo de las televisiones y empecemos a exigirles un mínimo de dignidad bajo la amenaza de sanciones. Es un terreno delicado que tiene muchos riesgos, pero el caos en que se ha convertido hoy nuestra televisión, sobre todo la privada, exige poner algún coto.





