En cierto modo, casi desde el primer momento de nuestras respectivas propias existencias parecemos predestinados a desempeñar uno de los dos grandes papeles que nos suelen estar reservados a todos los seres humanos a lo largo de la vida, el de protagonista o el de espectador, aunque haya protagonistas que pueden ser también a veces espectadores, y viceversa.
Si nos imaginamos el mundo como un enorme e inabarcable teatro, hay que reconocer que ser sólo espectador suele ser, normalmente, un poco más tranquilo y menos expuesto que ser protagonista y estar sobre las tablas, salvo que la historia de un pueblo se asemeje mucho a una obra de por ejemplo La Fura dels Baus. Pero aun en ese caso concreto, la mayor parte de los focos no suelen estar dirigidos hacia los espectadores, sino hacia los protagonistas de la obra que se está representando justo en esos instantes.
Una de las peculiaridades de ese tipo de obras es que en ellas caben normalmente todos los géneros y que nunca tienen fin, por lo que los actores y las actrices van cambiando continuamente, así como también las personas que están en el patio de butacas. Por ello es normal que a veces uno pierda por completo el hilo de la historia que se está representando ante sus ojos o que se despiste y se confunda con tanto cambio sobrevenido.
Si uno ha escogido finalmente para sí mismo el papel de espectador, puede entonces intentar mirar la vida con una cierta distancia y una relativa tranquilidad. Pese a ello, el espectador suele ser siempre alguien dispuesto a aprender en cada representación, y además de casi todos los personajes, incluidos también a veces otros espectadores, sentados quizás junto a él mismo. Nada humano nos resulta del todo ajeno en el gran teatro del mundo.
