Nunca como en esta legislatura el Partido Popular de Balears había gozado de una mayoría tan amplia como la que consiguió en las pasadas elecciones de 2011. Los 35 diputados –4 por encima de su mejor resultado, en 1995—auguraban una legislatura de mayoría absolutísima y posibilidades de llevar a cabo las actuaciones que las Baleares necesitan desde la unidad y la fuerza de un solo partido y no desde el batiburrillo del Pacte (sic).
Por tanto, nunca el PP había tenido tanto poder –gobernando en solitario el Govern, el Consell de Mallorca, el Ayuntamiento de Palma, 29 mayorías absolutas en los municipios y 439 concejales, 228 concejales más que el PSOE, que ocupó la segunda posición. Un éxito electoral y, como dicen todos los manuales, un poder que cohesiona, vigoriza y crea un clima de euforia.
A pesar de estos excelentes resultados y las mayorías alcanzadas, la legislatura ha sido una de las más truculentas de la historia de la democracia balear. No crean los lectores que las movilizaciones ciudadanas (más de un 10% de toda la población balear salió a la calle para protestar en defensa del modelo educativo que hasta el momento había funcionado en las Islas), o las críticas desde diversos sectores (salud, comercio, educación…) tenían su fundamento en la crisis económica. El Govern ha tenido la virtud de sumar a la conocida crisis muchas otras crisis; la virtud de crear problemas donde no existían, la virtud de crispar los ánimos de la cansada ciudadanía.
Pero, atención, la crispación no se extiende solamente entre los no votantes del PP, entre la izquierda radical que no acepta ningún planteamiento de los populares, entre los nacionalistas que ven en el PP la encarnación de la España más negra; la crispación llega a las filas populares como nunca había ocurrido con anterioridad. José Ramón Bauzá ha tenido la capacidad de mermar su propio partido, de crisparlo internamente, de enemistarlo y de acabar con una de las virtudes históricas del Partido Popular envidiadas por el resto de partidos, la cohesión interna, la protección de “los suyos”.
Llegamos al final de una legislatura donde media docena de alcaldes del PP y tantos otros concejales habrán abandonado el partido, donde habremos tenido varios consellers de Sanidad, Hacienda o Educación, y donde los populares viven una de sus mayores crisis internas.
¿Por qué a pesar de los magníficos resultados electorales estamos viviendo este estado de descomposición? Probablemente porque el modelo de PP de José Ramón Bauzá no se corresponde con el modelo histórico de PP balear. Es más, probablemente porque el President se resiste a entender y compartir la idiosincrasia de la población balear, sobre todo la del interior de Mallorca: personas tranquilas que huyen de la crispación, mallorquines que aprecian su lengua propia y su cultura, ciudadanos que tienen claro el concepto de “lo nostro”.
Es difícil hacerlo peor, me decían ayer un grupo de militantes del Partido Popular. Ser sectario con la oposición y con los que no te han votado no está bien, pero entra dentro de una cierta “normalidad”. Ser sectario con los tuyos es inaudito.
Ver como cargos públicos y profesionales como Julio Martínez, Jesús Valls o el mismísimo Joan Rotger son expulsados o relegados en las listas electorales, porque parece que no forman parte de las filas del amén sí señor, es más que sectarismo un suicidio político.
A favor de los relegados, sus palabras. Un servidor espetó a Martínez primero y a Rotger después: “Vaya con las listas electorales!”. La respuesta fue la misma en ambos casos: “Así es la política. Sólo puedo estar agradecido por la oportunidad que me han brindado estos años”.
Una muestra más de lo anormal de la situación y del señorío que unos tienen y otros no.