El proceso

Una de las cosas que más me irrita de la propaganda monárquica del régimen bipartidista es la de presentar el republicanismo como una opción extremista o propia de antisistemas. Francia o los Estados Unidos deben ser naciones de hooligans, según ellos. El pánico a que se acabe con el actual statu quo de reparto de prebendas y encubrimiento de la corrupción y todo lo que conllevaría para sus gerifaltes un cambio en profundidad les induce a decir barbaridades de toda índole. Y, a medida que se acerque el día de la coronación del heredero, vamos a ver incrementada la fantasía hagiográfica que nos presenta al rey como un luchador antifranquista y esta monarquía como una institución sin la cual España no sería una democracia.

Dentro de esta comedia, el papel más patético es, sin duda alguna, el que está desempeñando la cúpula del PSOE -que no su militancia-, falseando la historia hasta tal extremo que supone una verdadera traición a los muchos socialistas que dieron su vida por la República como verdadera y genuina encarnación de lo que significa la democracia. ¿Explican los casos de corrupción del PSOE la postura sumisa de su depuesto líder? ¿Cuál es la inconfesable naturaleza de ese acuerdo, si lo hay?

Por más que el bipartido repita la cantinela del pacto de 1977 -en el que no participamos la inmensa mayoría de los españoles de hoy- no se va a convertir en verdad la gran falacia de que al votar la constitución de 1978 tuvimos oportunidad de pronunciarnos sobre la forma política del estado. En 1978 no se votó monarquía o república, sino la apertura democrática o el mantenimiento del régimen franquista del que había emanado la Ley para la Reforma Política de 1976. Sobre ello planeaba, en último extremo, la posibilidad de un nuevo conflicto civil, algo que causaba pavor en los mayores. Y, todo ello, tutelado por el ejército que había ganado la guerra, muchísimo más potente y controlado políticamente que el actual.

Que el PP se apoye en esta falsedad y dé carta de naturaleza a la sucesión es normal, le va en los genes, pero que los socialistas renuncien a llevar a la práctica -por métodos legales, por supuesto- la proclamación de una tercera república española denota hasta qué punto la casta dirigente se aleja de aquello que desean sus bases. Y la factura que esto les va a pasar será gigantesca.

En cualquier caso, y más allá de las posturas de los partidos, es necesario analizar cómo se ha diseñado este proceso. Si, de verdad, el rey hubiera tomado la decisión en enero y, como dice la prensa monárquica, la institución cuenta con el respaldo del noventa por ciento de los ciudadanos, entonces no guarda lógica alguna que el asunto se haya llevado con total sigilo y que, para dotar al heredero del máximo apoyo -lo necesitará para afrontar los problemas estructurales y territoriales del estado-, no se haya previsto la convocatoria del referéndum que acallaría cualquier pretensión republicana, al menos, durante todo su reinado.

Resulta tremendamente sospechoso que todo se haya desarrollado tan secretamente y que se tenga que resolver en sólo un par de semanas, sin que haya el más mínimo margen a la reflexión o el análisis. El rey no ha muerto, luego ¿para qué tanta prisa? Se alimenta así la tesis de las verdaderas razones de la abdicación: ¿la salud?¿los problemas judiciales y de convivencia de la familia real? ¿el progresivo deterioro de la imagen de la institución entre los ciudadanos? ¿un poco de todo ello?

La verdad es que Felipe VI inicia su reinado con mal pie, accediendo a la jefatura del estado con la sombra de no haber consultado el verdadero respaldo ciudadano de la institución, lo que no deja de ser una torpeza de su entorno.

Mientras tanto, miles de ciudadanos demandan únicamente que el pueblo sea de una vez escuchado -como sucedió en Italia tras la II Guerra Mundial- para que libremente decida si, dentro del más absoluto respeto a la legalidad, prefiere seguir representado por una magistratura hereditaria fundada en el azar genético u opta por la elección democrática de aquél que encarne la soberanía del pueblo español como Presidente de la República. Es así de fácil.

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