Me sigue gustando El ala oeste de la Casa Blanca. Todavía reviso alguno de sus capítulos y me los creo, tal es mi nostalgia por una política que ya no existe.
En aquella serie la inteligencia pragmática se ponía al servicio de una forma de entender el mundo y las relaciones entre los individuos. Me refiero a la inteligencia de sus personajes principales, porque la inteligencia de su creador, Aaron Sorkin, era la que se ponía al servicio de un guión televisivo. Cómo habrá cambiado el cuento que ahora son los personajes reales de la política los que se inventan guiones, y tratando de alcanzar una épica narrativa el resultado acaba en comedia bufa.
Con Pablo Iglesias hay que tomar una decisión: o te lo tomas muy en serio o te lo tomas muy en broma. Yo me lo tomé muy en serio al principio, cuando declaraba que la propiedad privada de los medios de comunicación atenta contra el derecho de información y muchos periodistas sonreían, o silbaban distraídos. O cuando a Podemos se le escapaba un papel que decía que jueces y fiscales deben estar alineados con el programa del gobierno, y la izquierda mediática pasaba de puntillas sobre sus delirios bolivarianos. Ahora Pablo vaticina en TVE el ingreso en prisión de Ayuso, y algunos se rascan el cogote dudando si aquello de los jueces no iría en serio.
Pero la saturación de tuits infames y el consumo compulsivo de series provoca fatiga mental y nos obliga a acudir al humor como terapia. Vivimos en mitad de una pandemia de giros de guión tan estrafalarios que terminan por agotar. Y ese cansancio provoca una risa floja. Iglesias suelta una soflama antifascista instalado en su despacho de vicepresidente del Gobierno, escoltado por una bandera de España constitucional y otra de la Unión Europea, y uno piensa que este hombre, a pesar del coche oficial, llega tarde a todas partes. Llega tarde para colgar a Mussolini en una plaza pública. Llega tarde para sacar vivo a Franco de El Pardo, y darle lo suyo. Llega tarde para procesar a Suárez por colaboracionista con el régimen, y tumbar la Transición. Llega tarde para asaltar los cielos de la Moncloa y merendarle el bocadillo a Sánchez. Llega tan tarde que son Sánchez y Redondo los que se han merendado a este leninista retrasado.
Un político pierde influencia cuando interesa más su vivienda que su discurso. Ahora que Sánchez duerme tranquilo, somos el resto de españoles los que no pegamos ojo por saber si Iglesias pernocta en Galapagar con Irene o en la calle Serrano con la nueva. Esto distrae al potencial votante, que se ve obligado a soportar un nivel brutal de decibelios para captar su atención. Llamar criminal a tu adversario político el día que anuncias tu candidatura da una idea del nivel de barro en el que pretende disputar Iglesias esta campaña, y lo que le importa la convivencia de los madrileños el día después de las elecciones.
Ya digo que será esa fatiga pandémica ante tanto discurso para lelos, pero yo escucho la alerta antifascista en boca de Iglesias y me viene a la cabeza el cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”. Ahí está la heroína Marianne sobre las barricadas, agitando la tricolor francesa con las tetas al aire. Entonces me lío y en mi cabeza aparecen Tania, Rita, Irene, Dina y Lilith despechugadas, ondeando la bandera republicana mientras asaltan por turnos la Plaza de la Villa en Madrid. Para vergüenza de las auténticas feministas, el sultán Iglesias ha convertido Podemos en su serrallo particular.
La candidata de Más Madrid le ha tenido que explicar a Iglesias que “Madrid no es una serie de Netflix”, y a mí su zasca me ha recordado aquellas declaraciones del CEO de la plataforma, Reed Hastings, cuando dijo que el mayor competidor de Netflix no era HBO, sino el sueño. A Pablo los asuntos sociales, las residencias de ancianos y los niños reclamando biberones le dan sueño, y ha preferido no aburrirse presentándose a unas elecciones autonómicas. Ya fue cabeza de lista por su partido a las europeas y a las generales. Solo le faltan unas municipales, así que Monedero tendrá que esperar para su asalto al Ayuntamiento de Madrid en 2023. Esta es la cantera de Podemos, con un Iglesias que juega de portero, defensa, centrocampista y delantero en el mismo partido.
El “Síndrome de Jerusalén” es un reconocido trastorno mental que afecta a habitantes o turistas de la ciudad santa. La gente llega y, de pronto, se sube a una roca y comienza a dar sermones apasionados y a profetizar. O se inflama de tal manera que prende fuego a una mezquita, a una iglesia o a una sinagoga. Con su discurso incendiario Iglesias apela a algo parecido en las calles de Madrid. Pero ha cabalgado tantas contradicciones que su personaje ha quedado reducido a una caricatura de sí mismo para consumo exclusivo de la izquierda más sectaria. La buena noticia es que el “Síndrome de Jerusalén” se cura a la semana de abandonar la ciudad, o sea, justo después de las elecciones.