No piense el lector que vivo con especial intensidad los fastos del doce de octubre, nuestra Fiesta Nacional. Pero tampoco piense que desprecio o ignoro esta festividad que debería servir para unir a todos los españoles. Porque de eso se trata, de unir y hacer país. Que buena falta nos hace.
En mi opinión y en la de la gran mayoría de los españoles, no tengo duda, la Fiesta Nacional genera un sentimiento de respeto. Uno puede ser más o menos fan de los desfiles militares, de SM El Rey y las acrobacias de la Patrulla Águila, pero lo que tiene que entender es que esta es una festividad de todos y como tal debe ser entendida.
Se equivocan los iglesias, errejones y colaus de turno al despreciar el 12 de octubre y lo que significa. Se equivocan al demonizar esta celebración y se equivocan al hacerlo mofándose de ella públicamente. Y sobre todo se equivocan al hacerlo aludiendo a la efeméride del descubrimiento de América por parte de Cristóbal Colón, hecho histórico el cuál puede resultarnos poco simpático, por más felanitxer que pudiera ser el almirante, pero que nada tiene que ver con el espíritu de la celebración.
Trataré de explicarme.
Es bien cierto que la llegada de los europeos a las actuales Antillas en 1492 fue el principio del fin de los habitantes de todo un continente. No es menos cierto que este exterminio se produjo más por las enfermedades desconocidas que trajeron los recién llegados que por las bárbaras prácticas de violencia y sometimiento tan habituales en la época. Que sin duda las hubo.
Sin embargo este es un pobre argumento para demonizar la Fiesta Nacional.
Habría que explicarles al señor Coleta Morada, a sus afines, y de paso a los ecosoberanistas mallorquines que si rechazan la celebración de la Hispanidad por los desmanes cometidos por las tropas españolas -y posteriormente por las portuguesas y holandesas y británicas- deberían irse olvidando, por ejemplo de celebrar la Diada de Mallorca, que conmemora el juramento de Jaime II a la carta fundacional del Reino, justo después de haber arrasado y explulsado al pueblo que antes habitaba la isla. O sea los moros. Con los que, ya le digo yo al lector, que no fueron especialmente cariñosos los cristianos.
Eran otros tiempos y las cosas se hacían de distinta manera. Y no se pueden justificar los desmanes pasados, pero tampoco demonizar los eventos presentes por un pasado que fue oscuro en todos los frentes.
Este país, como todos los países del planeta, tiene que tener una fiesta patria. Y no deberíamos avergonzarnos por ello, sino todo lo contrario. Sea el 12 de octubre o sea otra fecha, eso poca importancia tiene. Y seamos serios. Salvo que uno sea independentista declarado –como los chicos de la CUP y de Bildu-, y por tanto no se sienta para nada español, o sea un provocador trasnochado e indocumentado -al estilo de Willy Toledo-, uno debe al menos respetar la fiesta de todos los españoles y no agarrarse a excusas estúpidas para condenar la fiesta al ostracismo intelectual.
Y lo demás, es postureo de cara a la galería. A la suya.





