Es significativo que el primer viaje al extranjero de Erdogan tras el golpe de estado y la subsiguiente represión brutal, aun en marcha, contra la supuesta confabulación gulenista, haya sido a la Rusia de Putin. No hay que olvidar que hace solo unos meses la aviación turca derribó un cazabombardero ruso que, según Turquía, había invadido su espacio aéreo y que provocó un grave incidente diplomático con serias consecuencias en las relaciones entre ambos países y una drástica reducción de sus intercambios comerciales y que dicho episodio se inscribía en las graves discrepancias de ambos países respecto de la guerra de Siria, en la que Rusia apoya al gobierno de El Assad y ataca a Estado Islámico y Turquía apoya a la oposición y ha mantenido una postura ambigua respecto del EI.
Turquía es aliado de Occidente, pertenece a la OTAN, tiene un acuerdo preferente con la Unión Europea y es aspirante a entrar como miembro de pleno derecho y hace unos meses firmó con la UE un acuerdo para detener el flujo de migrantes hacia Europa a cambio de contraprestaciones económicas y diplomáticas, como la eliminación de los visados a los ciudadanos turcos para viajar a la UE. Pero la purga tras el golpe de estado y la deriva autoritaria de Erdogan en su obsesión por convertir la república turca en presidencialista y concentrar todo el poder, así como la ruptura del acuerdo de paz con el PKK y la violencia desatada por su gobierno contra sus propios ciudadanos kurdos, han enfriado las relaciones con la UE y con Estados Unidos.
Putin no ha realizado la más mínima crítica a la represión de Erdogan en Turquía y ambos países necesitan recuperar sus intercambios comerciales para aliviar sus depauperadas economías, así que Erdogan ha tenido interés en cerrar uno de muchos frentes que tenía abiertos y ha viajado a Rusia con una ofrenda: los pilotos que derribaron el avión ruso han sido detenidos y depurados, como otras decenas de miles de militares.
Además, ahora parece estar dispuesto a aceptar la permanencia provisional en el poder de El Assad, como parte de un acuerdo para solucionar la guerra civil siria y también va a reanudar los bombardeos sobre las posiciones del EI, aunque no está claro si coordinado con los rusos o con sus aliados de la OTAN.
Es improbable que Erdogan considere seriamente la posibilidad de romper su alianza con la UE y con la OTAN, pero reforzando su relación con Rusia viene a advertir a Occidente de que no está aislado y que tiene alternativas, así como muestra su descontento por las reticencias europeas y estadounidenses hacia la purga que ha desatado y hacia la guerra que ha emprendido contra sus ciudadanos turcos y su irritación porque Estados Unidos no concede la extradición que ha pedido de su archienemigo Fethullah Gullen.
También estira la cuerda con la UE, advirtiendo del incumplimiento del acuerdo de eliminar los visados para los ciudadanos turcos e insinuando la posible reinstauración de la pena de muerte en Turquía. El sabe que la pena de muerte es una línea roja innegociable para la UE, pero la denuncia del acuerdo sobre la contención de refugiados tendría como consecuencia la vuelta de las oleadas de migrantes a través del Egeo hacia las islas griegas, que el sabe que la UE no puede permitir, así que espera el silencio cómplice de la UE, o como mucho alguna crítica muy matizada, hacia su brutal actuación contra los kurdos.
La posición geoestratégica de Turquía juega a su favor y, en el contexto europeo actual de crisis económica de largo recorrido, debilidad de los gobiernos, resurgimiento de movimientos populistas y neofascistas, falta de liderazgo y deterioro de los valores éticos que impulsaron la creación de la UE, no parece que vaya tener demasiados impedimentos para lograr sus objetivos de convertirse en el nuevo sultán otomano, travestido de presidente de la república, cada vez menos laica, de Turquía.





