Mis sexagenarias cervicales no parecen sentir, al menos últimamente, la misma fascinación por la lluvia que aún sigo manteniendo yo.
Cuando mis vértebras intuyen que va a llover, se suelen poner un poco tensas enseguida, y entonces me empieza a doler la cabeza de una manera muy característica y especial, a modo de confirmación empírica o de fiable anticipo de la precipitación que muy posiblemente llegará poco tiempo después.
Así parecía que iba a ocurrir de nuevo este pasado jueves, a media tarde, cuando me desperté de mi sagrada siesta con una fuerte jaqueca. Dirigí entonces mi mirada hacia el cielo, pensando que estaría gris en su totalidad, aunque, para mi sorpresa, vi que estaba casi completamente despejado.
Pasados unos minutos, hice una segunda comprobación, y sólo vi unas pocas nubes blancas. «¡Vaya, esta vez mis cervicales no han acertado!», pensé, con una extraña mezcla de duda no desvanecida del todo y de sosegada resignación.
Pero no, mis vértebras no se habían equivocado, era sólo que esta vez se habían adelantado un poco en su actual función entre vidente y adivinatoria, pues en la noche del jueves al viernes, en torno a las dos y media de la madrugada, finalmente empezó a llover, algo que percibí porque en aquellos instantes me encontraba algo desvelado.
Era una lluvia tranquila y suave, yo diría que incluso dulce y acogedora en cierto modo. La empecé a escuchar desde la ventana de mi cuarto, y luego desde el comedor. Parecía como si nos encontrásemos al final del verano, a punto de ver llegar ya el otoño, y no en el ecuador de un estío que, por lo demás, está siendo especialmente duro para quienes no somos expresamente devotos de la humedad y del calor.
Mi calle estaba totalmente a oscuras y también lo estaban las calles cercanas, pero aun así tenía la certeza de que estaba lloviendo, porque oía con claridad cómo caían las gotas de lluvia sobre las persianas, los patios interiores y exteriores o el asfalto.
Por unos instantes, me sentí como la gran Sylvie Vartan en En écoutant la pluie: «Al suspirar escucho el tintineo de la lluvia/ que golpea suavemente los cristales,/ como miles de lágrimas que me recuerdan/ que estoy en soledad, esperando que mi amor regrese».
Es cierto que, a diferencia de Vartan, yo no esperaba, al menos en principio, el regreso de ningún amor, pero hecha esa pequeña salvedad romántica, ahí estaba yo, melancólico y tristón, escuchando una lluvia que parecía acariciar las hojas de los árboles y todo lo que apaciblemente tocaba; una lluvia que durante unos minutos podía hacernos creer, incluso, que era posible vivir en un mundo un poco más sereno y en paz.
Fue entonces cuando, también por unos instantes, me empecé a sentir como otro irrepetible artista, el maravilloso Armando Manzanero en Esta tarde vi llover, pese a la diferencia inicial de horario que había al principio de su canción: «Esta tarde vi llover, vi gente correr,/ y no estabas tú./ La otra noche vi brillar un lucero azul,/ y no estabas tú».
Al ser una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, podía tatarearla además en mi mente sin ningún esfuerzo añadido, ni ninguna nueva molestia cervical: «Esta tarde vi llover, vi gente correr,/ y no estabas tú./ El otoño vi llegar, al mar oí cantar,/ y no estabas tú».
Es cierto que, a diferencia de Manzanero, no vi a nadie correr —ni tampoco bailando o andando—, pero hecha esa pequeña salvedad física y aeróbica, ahí seguía yo, recordando preciosas canciones antiguas en las que, de manera siempre elegante, se entremezclaban la lluvia, la nostalgia, los recuerdos y el amor.
Continuó lloviendo de manera tranquila y suave a lo largo de toda la noche, una noche casi otoñal que, no sabría decir muy bien por qué, parecía augurar para el futuro algo aún más bueno y mejor. Y así, romántica y hermosamente, poco a poco amaneció.






2 respuestas
A mi me ocurre exactamente lo mismo. Cuando uno anda renqueante siempre da la culpa «an es temps», cuando el verdadero culpable es el DNI.
Y cuidadito con los mastoides que cuando dan guerra hay que correr al otorrino, como ahora le pasa a un servidor.
Y que no vengan de peores, que con lo que hay sobra.
En tenc uns quants més. Estic en poder de´assegurar que de vidents, bruixes i/o de chamans, ses nostres articulacións i juntures, en lo que respecte a pronóstics son unes grans enteses. Relata hermós i plé de remembrançes própies de ses nostres edats. Una meravella, gràcies per compartir !