Franco ha muerto

Ansioso espero las 00:30 horas de mañana, 20 de noviembre de 2025, para contemplar en la caja tonta nacional el compungido rostro de Pedro Sánchez anunciando que, ahora sí, al fin, “españoles (españolas y ‘españolis’), Franco -snif, snif- ha muerto”.

Los dictadores es lo que tienen, que les cuesta morirse una eternidad, especialmente cuando el gobierno, emulando al marqués de Villaverde, trata por todos los medios de retrasar lo inevitable. De poco ha servido el boca a boca que han ido practicando a la momia del viejo en los últimos años Sánchez, sus ministros y sus pintorescos socios de legislatura. Pasado mañana, es decir, a los 50 años y un día, Franco descansará de una puñetera vez, que ya le toca. Los fastos y nefastos organizados por la izquierda para mantener viva la memoria de la dictadura decaerán indefectiblemente, porque hasta dentro de otros cincuenta años no toca volver a hablar del general ferrolano como si hasta anteayer hubiera estado al mando de la nave del Estado. Y no dudo que volverán a intentarlo, si es que en 2075 todavía existe la izquierda.

Nadie en este país ha puesto semejante empeño en criogenizar a Franco como el PSOE desde la desgraciada aparición en la escena patria de Rodríguez Zapatero. Aquello de que “nos conviene que haya tensión” -confesión de ZP ante el páter de cabecera de la izquierda, Iñaki Gabilondo- ha derivado con los años en “nos conviene dividir a los españoles” y, finalmente, en “nos conviene volver a 1936”. Contra Franco vivíamos mejor, es el dogma de la fe sanchista, aunque la inmensa mayoría de quienes hoy se atribuyen comportamientos heroicos y de resistencia antifranquista no hubieran corrido delante de los ‘grises’ en su vida, entre ellos ZP.

Desde luego, Sánchez tiene razones genéticas para ser franquista, pues no en vano su segundo apellido -Pérez-Castejón- denota la raigambre familiar de nuestro exbello presidente, quien resulta ser nieto de Mateo Pérez-Castejón, militar que abandonó voluntariamente las filas republicanas para unirse a los sublevados, nada menos que integrando como legionario el Tercio, siendo condecorado por su valor en combate. De casta, pues, le viene al galgo la devoción caudilliana.

Pero, sobre todo, Sánchez le debe a Franco y al franquismo el haber suplido las miserias del proyecto de país de lo que hoy queda del PSOE -si es que alguna vez lo tuvo-, sustituyéndolo por el impostado odio a los restos mortales del general, al que en vida solo se le opusieron -jugándose la libertad, o incluso la vida- cuatro y el gato, y no precisamente muchos socialistas, sino, la mayoría, miembros del PCE. 

Franco murió -o morirá, esperemos, mañana- en la cama de un hospital público porque la oposición al franquismo no contó con el principal argumento de quienes quieren derrocar a un dictador, es decir, la hambruna y las privaciones de los derechos más elementales que hoy asolan a naciones hermanas como Cuba o Venezuela, paraísos del proletariado.

Los españoles de 1975 vivían en un régimen autoritario con muchas libertades -las principales- limitadas o incluso duramente reprimidas, pero, desde al menos 1960, su situación económica y social había mejorado espectacularmente, emergiendo una clase media mayoritaria que sería el embrión de la nueva democracia que se adivinaba en el horizonte y que hasta Franco sabía que era un paso siguiente inevitable.

Tan es así que es un joven político del aparato franquista -Adolfo Suárez- quien junto con el heredero político de Franco en la Jefatura del Estado -Juan Carlos I- capitanea la Transición, convenciendo a la inmensa mayoría de los procuradores a Cortes de que aprobaran un consciente e imprescindible harakiri político, a sabiendas de que muchos de ellos jamás volverían a pisar el hemiciclo, y conteniendo a los militares en los cuarteles y sometidos al legítimo poder civil, algo inaudito en un país que había vivido pronunciamientos y asonadas de todo tipo desde el primer tercio del siglo XIX. 

La democracia no nace en España con la Constitución de 1978, sino con la Ley para la Reforma Política de 1976, surgida de las brillantes mentes del propio Suárez y de Torcuato Fernández-Miranda, y aprobada en referéndum por el 94,17% de los españoles. Esa norma supone la liquidación de las instituciones de la dictadura y su sustitución progresiva por otras de carácter plenamente democrático. Son los herederos de Franco y el conjunto de la población española quienes transforman el régimen. La oposición política de izquierdas -con la excepción de los asesinos psicópatas de ETA y el GRAPO- se limitó a cumplir el dignísimo papel de colaborar activamente en el proceso y no boicotear aquel verdadero milagro, renunciando a una ruptura violenta y a volver a dividir a los españoles en dos bandos. La izquierda del último cuarto del siglo XX tuvo sentido de Estado y dio muestras innegables de patriotismo. Hoy, en cambio, quiere ganar la Guerra Civil.

Suscríbase aquí gratis a nuestro boletín diario. Síganos en X, Facebook, Instagram y TikTok.
Toda la actualidad de Mallorca en mallorcadiario.com.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Más Noticias