Decía Calderón de la Barca que "España es madrastra de sus hijos verdaderos", una frase que ha llegado imperecedera hasta nuestros días. Juan Carlos I, el hombre que devolvió las libertades a una nación angustiada por tres años de guerra civil y casi cuatro décadas de dictadura ha tenido que abdicar entre una presión enorme en los últimos años probablemente a causa de escándalos como la cacería de elefantes o la imputación de su hija Cristina.
Franco. el dictador feroz, que llevó a miles de demócratas ante los pelotones de ejecución, no tuvo esos problemas. El NO-DO llegó a mostrar imágenes del Caudillo pescando cachalotes y atunes de dimensiones descomunales a bordo del Azor. La prensa del Movimiento lo publicaba en portada mientras miles de demócratas estaban encarcelados, tapados por un manto de silencio.
Franco falleció como jefe del Estado entre una corte de aduladores y fue enterrado en el Valle de los Caídos. Nadie, ni juez ni parte, se atrevió jamas a meterse con su hija, Carmencita. Su yerno, el marqués de Villaverde fue en vida uno de los personajes más mimados del Régimen e intocable después, hasta su plácido fallecimiento entre honores y espinazos doblados.
Juan Carlos inició el proceso de las libertades justo después de su llegada al trono. Asumió riesgos. Destituyó al último presidente franquista, Carlos Arias Navarro y nombró a Adolfo Suárez, que abrió el camino de las primeras elecciones libres y de la Constitución. Hasta el aguerrido partido comunista de Santiago Carrillo, que contaba con muchos miembros que acaban de salir de las prisiones, aceptaron la bandera bicolor monárquica a cambio de libertad. La paz y la reconciliación habían llegado a España.
Pero Juan Carlos ha tenido que abdicar. Lo ha hecho cuando el Gobierno está en manos del PP, un partido que tiene sus raíces en la antigua AP, conformada en orígen por no pocos exministros y exaltos cargos de Franco. El PP no ha movido ni un dedo para evitar la abdicación del Rey de la libertad reconquistada, Al anunciar esta abdicación, el oresidente Mariano Rajoy apareció ante las cámaras frío y distante, tal cual un oso polar, impertérrito, como si gobernase con el piloto automático puesto, como si tan histórico momento no fuese con él, proa ejecutiva de la nación. Parece increíble pero es cierto. Rajoy aparentemente no se ha despeinado por su Rey. Solamente se ha puesto nervioso durante su mandato cuando se ha tenido que esconder detrás de un plasma.Tal vez sea por el miedo que da tener al tesorero en la cárcel. Eso nubla la vista y arranca coraje a la hora de intentar salvar de la imputación a la hija del jefe del Estado. Quién sabe.
No deja de ser una ironía de la Historia que Juan Carlos haya tenido que abdicar a la edad en que Franco ejercía de intocable jefe del Estado, rey de leyes y cuyo dedo todopoderosos era señor de vidas y haciendas. Abdicación es sinónimo de humillación, se mire por donde se mire. No valen maquillajes en este hecho trascendental. España es madrastra de sus hijos verdaderos. Aquí se devora a los libertadores y se ensalza a los caudillos, al menos en vida. Después, cuando han muerto, se busca el viento más favorable, obviamente. Pero la democracia coronada española no ha sabido mantener al Rey fundador de la libertad recobrada mientras que la jerarquía franquista sí que se mostró leal a su dictador hasta el último aliento.
Pero con Rajoy de presidente puede hundirse la Sierra de Guadarrama y él, mientras no le digan que va contra la Constitución, ni se inmuta.





