Érase una vez en Delhi, en los tiempos de la dominación británica de la espléndida India colonial de los maharajás y los rajás, que las cobras venenosas campaban a sus anchas por la ciudad matando indiscriminadamente tanto a ricos como a pobres y el gobierno británico, desbordado por el crecimiento exponencial de la plaga de serpientes, decidió ofrecer una recompensa por cada cobra muerta que los ciudadanos presentasen en el ayuntamiento intentando así acabar con ellas. De primeras, un gran número de serpientes fueron cazadas pero, como el ser humano es libre, emprendedor e imprevisible, muchos indios se metieron en el lucrativo negocio de la cría de cobras que tan bien pagadas estaban y, unos años más tarde, cuando el gobierno inglés (ajeno a la realidad, como todos los gobiernos) se percató de lo que estaba sucediendo, dio un drástico golpe de timón cancelando inmediatamente el programa de recompensas de un día para otro. Entonces, los criadores liberaron a las - ya sin valor – cobras y la población de serpientes se multiplicó por mil.
Moraleja: gobernar es más difícil de lo que parece a simple vista y es una labor que no se puede hacer a brocha gorda, es decir, sin la precisión y la finura que requiere todo análisis social y político que pretenda ser eficaz.
Cerrar indiscriminadamente todos los negocios de calles enteras de un día para otro, con las manidas excusas de lo malísimo que es el turismo de borrachera y el dichoso coronavirus, pasándose por el forro la seguridad jurídica que debería acompañar al obediente ciudadano empresario, eterno cumplidor de normativas, licencias y pagador crónico de impuestos, es una cacicada de brocha gorda alarmante e inaceptable en un país democrático.
Vayamos por partes: El virus. Si al magnánimo gobierno de Francina Armengol tanto le preocupa nuestra salud y los posibles contagios en las islas ¿por qué ha jugado a la ruleta rusa desde que acabó el confinamiento y no pidió PCR para entrar en Baleares? Puestos a primar la salud sobre la economía, al menos podríamos haberlo hecho estratégicamente con ciertas garantías y haber apostado por lo que podía haber sido la mejor campaña de marketing de la historia de Baleares: “Las islas de la libertad, únicas Covid-Free de Europa”. De hecho, dado que el Govern parece ir sobrado de dinero (no le ha hecho falta apretarse el cinturón ni un poquito con el parón económico que nos asola) pues cuenta con el mayor número de miembros gobernantes de la historia, debería financiar los tests en
origen. Eso sí sería una medida de protección sin parangón tanto para nuestra salud como para nuestra economía.
Respecto al turismo de borrachera, éste nos podrá gustar más o menos y se ajustará más o menos a nuestra manera ética de entender personalmente la diversión, pero que no nos líen, el Govern no está para juzgar juergas como hizo Yahvé en Sodoma y Gomorra. Está para dar seguridad jurídica a los empresarios y su deber es cumplir los compromisos adquiridos. Esa es la única manera de evitar arbitrariedades y de asegurar que se defiendan los derechos de TODOS los ciudadanos de Baleares. En Punta Ballena y en la calle del Jamón (dónde no sólo hay negocios dedicados a la juerga) hay unas licencias gestionadas y otorgadas con tiempo, hay una inversión acorde, hay un cumplimiento de la normativa por parte de muchos de los que allí desarrollan sus negocios y, por tanto, el Govern debe respetar esos derechos adquiridos y asegurarse de que se cumpla la ley. No hay más. Si acabar con el turismo de borrachera (deseable por muchos) es uno de los objetivos estratégicos de este Govern, su implementación debería llevarse a cabo con algo más de previsión. Marcar objetivos, establecer planes de acción factibles acordados con la iniciativa privada, organizar el reposicionamiento de la zona. Una gestión organizada, responsable, atinada y sin golpes de timón, de pincelada fina… y no una añagaza cortoplacista y de trazo grueso ajena a la realidad que sólo contenta a secuaces ideológicos e ignorantes y terminará multiplicando cobras.