Cuando se asegura que Palma es una ciudad sucia el punto de mira se pone sobre Cort en general y sobre Emaya en particular. Es una afirmación que la oímos desde hace décadas independientemente del partido político que gobierna en la capital.
Palma es una ciudad sucia dependiendo del punto en que nos encontremos. Las zonas turísticas del casco antiguo no están sucias. Bien se encargan las máquinas de pasar a toda hora. Sin embargo en extramuros (fuera de las Avenidas) la cosa ya cambia bastante.
La imagen inspiradora de mi artículo de hoy son unas quince colillas que pude ver una mañana de esta semana tiradas frente a un bar de la calle Foners, en la parte más cercana al polígono de Levante. Desconozco si esos restos de vicio eran fruto de una larga conversación animada entre varias personas o de una deposición secundaria proveniente del cenicero de coche. Lo que está claro es que quien las lanzó a la vía pública merece un calificativo: guarro. No me pondré a su altura y me ahorraré el vocablo enfático empezado por “p” que me viene a la cabeza.
Apunto a este caso concreto vivido recientemente en primera persona para sugerri que cuando criticamos la suciedad que puede verse en las calles de la ciudad, más que quejarnos de que las administraciones públicas no dedican el suficiente esfuerzo en personal y maquinaria a barrer y limpiarlas, nos convendría dirigir nuestra indignación hacia todos esos incívicos que ignoran la cantidad de dinero del erario público que se destina a borrar su cochina huella de la vía pública.
Y no me extrañaría que los chanchos que lanzan colillas por la calle, ignoran lo que es una papelera o no recogen los excrementos de sus perros son los primeros que luego se quejan de que Palma es una ciudad sucia.
Es responsabilidad de todos, porque mientras los asquerosos no reciban una repulsa social directa de los conciudadanos sino su ignorancia se mantendrán en su actitud.
Palma será una ciudad guarra mientras esté habitada por individuos guarros e individuos que consientan guarrerías.





