«Hace falta la noche para ver las estrellas». Así empieza uno de los poemas más hermosos del gran escritor Benjamín Prado.
Hay tanta belleza y tanta autenticidad en este precioso y melancólico poema, que me gusta leerlo y recitarlo cada cierto tiempo, sobre todo cuando me encuentro más abatido o desesperanzado.
«Igual que ayer, hoy busco —lo dijo Juan Ramón—/ una verdad aún sin realidad;/ busco en la tinta verde de todo lo que escribo/ un planeta sin nombre o una jungla perdida», afirma en la primera estrofa, para volver a continuación a su idea originaria: «Y hace falta la noche».
En cierto modo, cada uno de nosotros busca también a lo largo de su vida una verdad o varias verdades todavía sin realidad, en parte para intentar paliar, en la medida de lo posible, el hecho de tener que vivir casi siempre rodeados de tantas medias verdades, por no llamarlas directamente, ay, mentiras.
Quizás sea porque poco a poco uno se va haciendo cada vez más mayor, pero hoy sólo veo amargura, cinismo y frialdad en muchos antiguos compañeros de profesión que alguna vez admiré profundamente y que además creí que eran buenos amigos.
Casi lo mismo podría decir también, igualmente como periodista, de la práctica totalidad de nuestra clase política actual, a menudo tan falta de empatía y de sentido de la realidad que, por ello mismo, es incapaz de poder comprender hoy el inmenso sufrimiento o el desamparo de tantísima gente.
A veces, uno puede llegar incluso a tener la paradójica sensación de que en esta época de tantas manifestaciones, excesos verbales, consignas y pancartas para casi todo, hay al mismo tiempo un silencio casi sepulcral ante determinados problemas económicos y sociales muy próximos o cercanos.
De algún modo, es como si, en realidad, a casi nadie pareciera importarle ya casi nadie o a casi nadie pareciera importarle ya casi nada, empezando por los propios políticos y los periodistas.
Esto último es algo que, además, resulta especialmente lacerante, pues los periodistas no tendríamos que olvidar nunca que nuestra principal misión debería de ser siempre la de poder contarle honestamente a la gente todo aquello que creemos que de verdad pasa, en especial cuando detectamos injusticias, dolor, soledad o sufrimiento.
«Yo me siento en las sombras,/ prendo un fósforo,/ tallo mis esmeraldas, construyo mis panales./ Todo es igual y todo es diferente», proseguía Benjamín Prado en aquel evocador poema suyo del que he hablado al inicio de este artículo, para añadir: «La vida,/ que fue un río,/ es ahora un océano,/ el pasado es la arena y el agua es el futuro». Y regresaba de nuevo a su sugerente imagen inicial: «Hace falta la noche».
«Todo está en mí/ lo mismo que un clavo en la madera:/ cada paso en la nieve,/ cada luz apagada,/ cada piel encendida», concluía esperanzadamente.
Hace falta la noche para ver las estrellas, sí. Hace falta la noche.