Tal día como hoy, 30 de diciembre, es posible que mientras lee con total desatención este artículo esté usted realmente ocupado dándole forma a su lista de compromisos para el año que viene, compromisos que empezarán a ejecutarse sin falta el día primero de enero.
No sé, se me ocurren múltiples opciones. Desde los clásicos dejar de fumar, aprender idiomas e ir al gimnasio hasta los de temporada como hacer tal o cual colección por fascículos o apuntarse a clases de cocina japonesa.
Esta obsesión por hacer listas de compromisos para el año que viene imagino que arraiga en la creencia de que el año nuevo será diferente al año viejo, cuando realmente nada avala tal convicción.
De hecho, en el año nuevo todo será exactamente igual al año que dejamos. Entre día 31 de diciembre y día 1 de enero únicamente cambia una rotación del planeta sobre su propio eje. Y entre 2014 y 2015 únicamente una traslación alrededor del sol en trayectoria elíptica que, como tal, no tiene principio ni final.
Sin embargo, deliberadamente ignorantes de la ausencia de poderes mágicos del inexistente lapso de tiempo que separa las 23.59.59h de día 31 de diciembre de las 00.00.00h de día 1 de enero continuamos confiando en que algún impulso astral, algún empuje metacósmico, nos ayude a cumplir con todos aquellos compromisos que año tras año hemos venido defraudando.
Como los brindis, las uvas y las desesperantes serpentinas, la lista de mentiras que aseguramos convertir en realidad ha entrado a formar parte de nuestras vidas y de nuestra más absurda tradición festiva navideña. No hay fin de año que se precie sin esos segundos de reflexión previos al “eureka” de conciencia: “debo cambiar de vida, debo empezar a cuidarme, debo trabajar menos, debo hacer sin falta esa maldita colección de teteras, debo hacer deporte todas todas todas las mañanas, debo, debo…”
Sin embargo, con la más que probable resaca del cambio de año, el primer día de incumplimiento de su promesa coincide exactamente con el supuesto primer día en el que debió ser cumplida: el día 1 de enero.
El día 1 de enero, más allá del cada vez más cursi concierto de año nuevo, lo que se repite indefectiblemente es que es el primer día de un año plagado de promesas incumplidas por uno mismo.
No se engañe: salvo alguna honrosa excepción, va a incumplir usted todos los compromisos a los que llegue en estas fechas con usted mismo.
Y es que en estas fechas festivas, que suelen venir teñidas de un infundado optimismo, de una alegría impostada y de una fraudulenta bondad universal, todos pretendemos ser mejores en base a compromisos y propuestas que se sustentan únicamente en una buena voluntad pasajera, pero tras la cual no existe ningún plan de acción real.
Pero no nos flagelemos. Nuestra afición a engañarnos a nosotros mismos con este tipo de compromisos absurdos carentes de arraigo y de convicción no es sino la hermana pequeña, diminuta, de la afición que tienen múltiples organismos internacionales formados por los Estados para engañarnos a todos mediante compromisos similares.
Este tipo de organismos año tras año, década tras década, como si vivieran en permanente cotillón de Nochevieja con matasuegras y pasaditos de cava y turrón, se prometen a sí mismos que actuarán contra la pobreza y el trabajo infantil, contra el reclutamiento de niños en ejércitos que combaten en guerras olvidadas, que reducirán la dependencia energética de los combustibles fósiles, que reducirán la emisión de gases que provocan efecto invernadero, que velarán por el cumplimiento de los derechos humanos en todo el planeta… Lo prometen, parece que se lo creen, se hacen una gran foto sonrientes y al día siguiente no se acuerdan de nada. Como si hubieran padecido todos una borrachera de tal magnitud que no se acuerdan de lo sucedido la noche anterior.
Los Gobiernos hacen lo mismo.
Mientras viven en su particular Nochevieja, es decir, mientras son candidaturas de partidos que se presentan a elecciones, la fiesta consiste en listas de compromisos para el punto de inflexión que supondrá para la Humanidad su ascenso al poder. Cuando llega Año Nuevo, ya investidos de poder y resaca, su lista de compromisos ha desaparecido, y el príncipe de barba esbelto y ciclista se ha convertido en Pennywise.
Por tanto, no se preocupe usted lo más mínimo. Haga usted su lista de promesas y compromisos. Prométase que adelgazará y se pondrá buenorro o buenorra a base de pilates, yoga, running o bisturí. Regálese unos días siendo ex fumador, o acumule algunas de las teteras de la colección por fascículos. Apúntese a chino mandarín o a bantú si le apetece.
Porque dado que todo el mundo nos toma el pelo, qué más da que nos lo tomemos nosotros mismos. Al menos podemos elegir qué mentira contarnos, o qué promesa incumplirnos. Es más de lo que otros nos permiten.