Llega el fin de curso y los exámenes de Selectividad. Una maratón de horas de estudio y memorización de contenidos para entrar en la universidad y poder elegir la carrera soñada y así, conseguir el trabajo anhelado que reporte el sueldo deseado. Sin embargo, eso no siempre es así. Y no por la primera parte del razonamiento sino por la última. Cada vez menos, un título universitario asegura el trabajo soñado y, rara vez, ese empleo será remunerado con el ansiado salario.
El exceso de oferta provoca inflación. La sobreabundancia de títulos y másteres en el mercado les quita valor. Tanto es así que, cada vez, es menos raro encontrarse un camarero o recepcionista de hotel con un título universitario. No digamos entre los jóvenes que acaban la carrera y, ante la falta de experiencia, tienen que recurrir a trabajos no cualificados para sobrevivir.
El exceso de titulados hace que en cualquier proceso de selección se demanden idiomas y títulos universitarios, aunque el puesto sea de baja cualificación. Esto hace que, cada vez más, los solicitantes de empleo quieran obtener más títulos y hagan que la oferta académica siga creciendo y, por tanto, el valor de los títulos cotice a la baja. Es el pez que se muerde la cola.
Pero ¿por qué el sistema educativo no ha pensado en formar a emprendedores? En este país, desde el colegio, nos enseñan a ser asalariados. El sistema educativo te dice que cuando seas mayor trabajarás de esto o aquello pero nunca dicen que emprenderás en esto o lo otro.
Incluso los MBA te forman para ser directivo. Aunque de alto nivel, asalariado al fin y al cabo. Y, como todo el mundo busca trabajo y los títulos valen menos, el licenciado en paro es una figura que ha emergido en nuestros días.
En Estados Unidos lo tienen claro. Allí enseñan a los jóvenes a emprender. Y ponen todas las facilidades para que lo hagan. Por eso, los emprendedores más conocidos y entre los más ricos del mundo son o han sido americanos: Steve Jobs, Marck Zuckerberg, Bill Gates, etc. Nunca, o casi nunca, serán españoles. Amancio Ortega es un rara avis. Y, por cierto, muchos de ellos sin carrera universitaria.
Para que eso pase aquí tienen que darse algunos cambios. La universidad y el colegio deben fomentar el emprendimiento y, lo más importante, desde el Estado se debe facilitar la creación de empresas de manera que se alivie la situación del valiente que, contra la opinión de la mayoría, decida llevar a cabo un proyecto. Las ayudas deben ser decididas y de 360 grados.
Emprender requiere soporte durante los primeros años, tanto desde el punto de vista de obtención de financiación como facilitar la supervivencia. No se puede sablear a impuestos a un recién iniciado en el mundo de los negocios. ¿Cómo podemos fomentar que un emprendedor contrate si va a tener que pagar un 32% del salario bruto a la Seguridad Social aunque no tenga ingresos?
Si las ayudas son necesarias para alguien que emprende por primera vez, más lo será para alguien que fracase y lo vuelva a intentar porque recordemos que solo uno de cada cuatro proyectos empresariales sobrevivirá más allá de cinco años. Los tres que caen tienen cara y ojos y una gran experiencia detrás derivada del fracaso. La gran mayoría de los empresarios de éxito fracasaron una o más veces antes de llegar a la cima. Se dice que Edison fracasó 999 veces antes de dar con la bombilla. Bueno, según él, tuvo 999 oportunidades para descubrir cómo no hacer la bombilla. Gracias a sus errores, ilusión y perseverancia hoy podemos hacer vida más allá de la puesta de sol.
La universidad, con el sistema actual de memorización y examen, así como la ESO y el Bachiller, con el botón de muestra de la Selectividad, nos alejan de los valores necesarios para el emprendimiento. De ahí que muchos emprendedores hayan desistido de realizar sus estudios universitarios.