OPINIÓN

Ir de vacaciones con niños (y no morir en el intento)

Viajar con niños no es hacer turismo. Es otra cosa. Más parecida a una mudanza con actividades al aire libre. Las familias que se lanzan a la aventura de unas vacaciones con peques lo saben: se cambia el estrés del día a día por otro estrés diferente, en bañador y con crema solar.

Porque sí, hay momentos mágicos —ver su cara frente al mar, la primera vez que montan en avión, el helado que se derrite en su camiseta favorita— pero también hay momentos en los que te preguntas por qué no te quedaste en casa con el ventilador puesto.

Y es que los niños no dejan de ser niños solo porque estemos de vacaciones. Siguen teniendo hambre a horas raras, siguen necesitando siestas, siguen perdiendo chanclas, llorando por la arena o discutiendo por quién se sienta en el lado de la ventana. Todo eso forma parte del viaje.

Lo que cambia es nuestra mirada. Porque las vacaciones con hijos nos obligan a practicar algo muy valioso: la rendición al momento presente. Aprendemos a soltar expectativas, a reírnos de los planes que no salen, a disfrutar de lo simple: una piedra, un charco, una carcajada en medio del caos.

Y aunque no siempre sea idílico, viajar en familia deja huellas profundas. No solo en los álbumes de fotos, sino en la memoria emocional. Esas pequeñas aventuras compartidas —la excursión improvisada, el bocadillo en la toalla, la noche que se quedaron dormidos en tus brazos— se convierten en el tejido invisible que une y construye el “nosotros”.

Mallorca, además, ofrece un escenario perfecto para este tipo de vacaciones. No hacen falta grandes lujos: la isla es un paraíso para quienes saben mirar con ojos de niño. Un paseo por un mercado local, un baño en una cala tranquila, una tarde de juegos en un parque con vistas al mar… a veces, lo más sencillo es lo que más recordarán.

Eso sí: conviene soltar la idea de “descanso”. Con niños, las vacaciones no son para descansar. Son para vivir diferente, fuera del reloj, en otro ritmo. Y si logramos aceptar eso, incluso los imprevistos se vuelven parte de la aventura.

Así que si estás a punto de salir con niños, respira hondo, haz una maleta con paciencia y humor, y prepárate para una experiencia intensa, agotadora… y maravillosa.Porque, al final, lo que los niños más necesitan —y lo que más recordarán— no es el hotel de cinco estrellas, sino haber tenido a sus padres disponibles, presentes, jugando, riendo y abrazando la imperfección de unas vacaciones reales.

Beatriz Vilas

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