La alegría del amor

La semana pasada se dio a conocer la extensa exhortación del Papa Francisco, Amoris laetitia, que invita a cuidar “la alegría del amor que se vive en las familias”, frente a las dificultades que plantea el ambiente actual.

Es todo un ejemplo paradigmático de cómo el Papa combina el realismo con la propuesta de un ideal atractivo.

La mayor parte de la gente valora las relaciones familiares estables y aprecia el acompañamiento de la Iglesia Francisco repasa algunas de esas dificultades citando mucho a los padres sinodales. Hay problemas culturales de fondo, como la inmadurez afectiva y sexual, la mentalidad antinatalista o el debilitamiento de la fe y de la práctica religiosa; otros, políticos y sociales, como la falta de apoyo a la familia por parte de las instituciones, la falta de vivienda digna o las largas jornadas de trabajo; hay también situaciones que requieren de un apoyo especial, como las familias más pobres, las migrantes o las que tienen a cargo personas con discapacidad…

Entre todas las citas referidas a estos problemas, de cuando en cuando emerge el estilo inconfundible de Francisco. Como cuando denuncia la “cultura de los provisorio”, manifestada en “la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente” .

También es expresiva su denuncia de las “diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender”, que procura “imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños” . O, unido a lo anterior, la aplicación de la biotecnología al campo de la procreación: “Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador” .

La buena noticia es que “la mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto al otro”.

Francisco desmenuza los rasgos que deben caracterizar la relación conyugal. Subraya así la paciencia, la actitud de servicio, la amabilidad… Pide además cultivar, en el seno del matrimonio, actitudes de desprendimiento; de rechazo a la violencia interior que termina por proyectarse hacia los demás; de alegrarse con el bien de los otros, y, fundamentalmente, de perdonar, de intentar comprender la debilidad ajena.

Aborda la institución familiar como el lugar donde se acoge y se quiere a todos con independencia de sus méritos. “La presencia clara y bien definida de las dos figuras, femenina y masculina, crea el ámbito más adecuado para la maduración del niño”.

La exhortación termina con un mensaje de aliento a las familias. “Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido”.

Sea uno creyente o no, este documento lleno de realismo sobre la familia de esta época debería leerse despacio y concienzudamente ya que aporta una visión actual de lo que le pasa a la familia.

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