Lo que cambian las cosas en una década. En 2008 la dirigente socialista con la cartera de educación lanzó la idea de que el profesorado debería pasar una evaluación con la finalidad de mejorar la calidad de los docentes. En ningún momento, Bárbara Galmés dijo entonces que la filosofía de esta evaluación fuese punitiva sino más bien todo lo contrario: otorgar méritos a aquellos docentes que realizasen bien su trabajo.
Entonces, aquella magnífica idea, causó un gran revuelo entre el sector educativo y los sindicatos. Todos se opusieron de lleno. Empezaron a llover críticas sin fundamento teórico más allá del miedo que empezaron a vislumbrar algunos por si se les destapaban sus vergüenzas. Si estamos en el camino de la calidad, de la profesionalidad del sector público, a ningún funcionario le tiene que temer a una evaluación del desempeño de su puesto de trabajo.
Ahora, unos diez años después, el anteproyecto de ley de educación para les Illes Balears recoge en su articulado, concretamente en el número ochenta y cuatro que la carrera docente del profesorado irá vinculada a la evaluación de su desarrollo profesional según las funciones docentes desarrolladas, el progreso del alumnado a su cargo, la formación realizada y la investigación.
Esto es, ningún docente podrá optar a las mejoras que se deriven de la carrera profesional si no pasa la evaluación. Falta por determinar la normativa que va a desarrollar el mecanismo de esta evaluación.
La diferencia tras una década es que ahora nadie critica que los docentes tengan que pasar una evaluación: ni los sindicatos, ni la sociedad ni los propios docentes lo ven como una fiscalización de su trabajo. Esto es señal de que en la sociedad se está impregnando la cultura de la idea de que los trabajadores públicos son servidores de la sociedad y se está desterrando aquella idea absurda de que “todos los funcionarios son unos vagos”
En definitiva, la evaluación del docente supone un impulso necesario a un cuerpo enquilosado en técnicas decimonónicas y en gran parte desmotivado. Esta evaluación tiene que representar esa inyección de motivación al docente por crecer como profesional.