La semana de la hipocresía

En estos tiempos nuestros, nos encanta etiquetarlo todo, hasta los días, hasta las semanas. La semana de oro, la semana trágica, el dia de la infamia. Pues bien, esta última semana la podríamos titular como la semana de la hipocresía. Para empezar, Hollywood siempre ha gozado de personajes peculiares, desde Grifitt, hasta Streep, pasando por el soberbio Warner. La farándula o el dinero siempre son buen abono para que surjan hombres y, particularmente, mujeres que, de pronto, comienzan a denunciar, a quejarse de que hace treinta años un actor, un productor o un director les puso la mano encima del muslo al tiempo que le insinuaba un futuro más prometedor. No estamos hablando de violaciones, violencias o groseras proposiciones o del roce en el metro, sino de lo que una gran actriz francesa osa denominar “libertad de importunar”. Las Streep, Kidman y Oprah Winfrey, han establecido con su manifiesto la global imputación de que “todos los hombres son depredadores sexuales”. No hay excepción para su puritano feminismo, renacido del olvido de sus propios actos y del trascurso de los años en el silencio. Todo el mundo sabía lo del productor, pero todo el mundo callaba, mientras Oprah se dedicaba a dejarse fotografiar besuqueando al maldito productor de la trilogía del “Señor de los Anillos”, ahora epítome del acoso sexual en Hollywood. Pero, ha llegado el momento de decir “MeToo” e iniciar una especie de caza del macho depredador sexual. Sin miramiento alguno, las antes silentes actrices, se han convertido en unos MacCarthy a la caza del agresor sin discriminación. James Wood sacando fotos de la besucona Winfrey — futura presidente, dicen — ha caído tan mal como las palabras del manifiesto de actrices e intelectuales francesas que claman contra el puritanismo hipócrita y levantan su puño en contra de un “feminismo que toma el rostro de odio a los hombres y a la sexualidad". Y es que, para las francesas “la violación es un crimen, pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería es una agresión machista”.

Y mientras las puritanas feministas hollywoodenses le recuerdan a Deneuve su “Belle de Jour”, aguardamos con interés cual será su posición y la de su fan Hillary ante el film “Roe vs. Wade”, con la hipocresía abortista de fondo. O ante la frase de la escritora canadiense Margaret Atwood: “La sentencia sin juicio es el comienzo de la respuesta a la falta de justicia”.

Y para hipocresía la de los Jordis y el ex conseller Forn, quienes, siguiendo la senda de aquel “nunca dar un paso atrás”, Carme Forcadell, no solamente están renunciando ante el Juez a la vía independentista, sino que juran y perjuran que nunca lo volverán a hacer, que lo hecho en el Parlament era una utopía, que la República no está entre sus planes futuros, que jamás promoverán otro referéndum, que serán unos chicos buenos y sensatos. A todos ellos se les ha unido, naturalmente, el creyente Junqueras, ansioso de abandonar el trullo y regresar a su casa con la familia, aunque ya no sea Navidad. Y cuando ellos, los que se alzaban en favor de la república, los que incitaban a los mossos a estarse quietos, los que firmaban proclamas independentistas ante cientos de alcaldes con vara alta, los que desertan de todo lo actuado en Septiembre y Octubre, uno se pregunta cómo se sentirán los que les dieron medallas, los que les homenajearon, los que solicitaron a grito pelado su libertad. Esos miembros, socios, de la ANC, del OMNIUM, de la OCB, de la ASM., han comprobado que o bien sus gerifaltes son unos cobardes redomados o son unos felones compulsivos o son unos traidores a su causa independentista. Es decir, han desistido a todos sus objetivos en sede judicial, olvidando que a todos sus seguidores les dieron instrucciones, ordenes, dineros y esperanzas para glorificar un proyecto que ahora califican de utopía. Lo cual es tanto como decir que la troupe que hay detrás de esas siglas, ha sido utilizada como un “objeto político” a semejanza de cualquier “belle de jour”. Seguramente ante tal deserción tumultuaria se echarán en brazos de Antoni Abat — bisnieto de Jaume Ninet Vallhonrat, quién ya proclamó la república en el 31 — quién ahora reclama, desde una universidad danesa, una docena de muertos y el hundimiento de la economía nacional mediante huelgas salvajes, para obtener el reconocimiento de Cataluña y de su república por la U.E. O sea, el bisnieto se siente un Lenin amante también de una cruenta revolución.

Entretanto, Puigdemont, el hipócrita presidente de una ambicionada república que se ha refugiado en una monarquía, sigue buscando el ardid legal que le permita regresar a España investido como president. En este esperpéntico circo, ya sólo quedaba la frustrada ilusión que los letrados del Parlament derramasen una capa de pintura de legalidad reglamentaria sobre la investidura de un huido diputado que, ni tan siquiera, anuncia la valentía de expresar desde la tribuna su aspiración a ser investido. Aunque, en el fondo, este solitario llanero lo que desea es el martirio de ser encarcelado para incitar a la revolución ansiada por su gurú Abat. Y mientras llega el levantamiento reclamado, el llanero codicioso de una república, de la que sus instigadores iniciales están renegando, no se apercibe que está viviendo un repetido día de la marmota.

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