Vaya por delante que no comulgo con los nuevos políticos que nacieron en una tertulia televisiva y que creciendo al mismo ritmo que el share de las cadenas que los acogían. Será por mi natural escepticismo ante aquellos auto-proclamados guías mesiánicos, cuya única solución, al final del día, va a consistir en subirme los impuestos y en hacer crecer esa elefantiásica administración en que se ha convertido el estado.
No. No creo en alguien que hace un curso sobre cómo ser más telegénico y se dedica a repetir frases ensayadas con un tono trascendental y a llevar al terreno intelectual cualquier aspecto banal de la vida. La intelectualización de lo banal no es más que eso: banalidad intelectualizada. Más allá de esta suerte de versión retórica del cambio, hay una figura que sí debo destacar de entre esta nueva hornada de políticos surgida tras las elecciones autonómicas: Ada Colau, con quién discrepo profundamente pero ante quien siento un gran respeto por cómo ha actuado en los últimos días.
Antes de acceder a la política, esta señora se dedicó, dentro de sus posibilidades, a ayudar a las personas que estaban pasando uno de los peores tragos de su vida: habían perdido su vivienda. Y lo hizo por una profunda convicción de que necesitaban su ayuda. Es cierto, eso está claro, que discrepo de las formas que utilizó Colau en muchas ocasiones, pero se dedicó a ayudar a mucha gente y, cuando no tenían nada, les ofreció algo de esperanza. No estaba en un plató soltando discursos y presumiendo de licenciaturas universitarias o doctorados, sino en la calle. Con la gente.
También debo manifestar mi respeto ante el hecho de que haya ofrecido la ciudad de la que es alcaldesa para que se refugien temporalmente los inmigrantes que están muriendo en las orillas de esta Europa tan civilizada. Una Europa que sólo se conmueve cuando una cámara se atreve a reflejar la injusta realidad de cada día: refugiados muriendo ahogados. Refugiados que desafían las concertinas para buscar un sueño inexistente. Gente que no tiene miedo a perder nada porque ya lo ha perdido todo.
Muchos dirán que alojar a los refugiados no es la solución definitiva. No habrá trabajo para ellos. No tendrán dónde acudir. Muchos, no con poca razón, dirán que en este país hay mucha gente que lo está pasando mal. Unos y otros pueden tener razón. Pero, por encima de la lógica, por encima de la razón, están las vidas de aquellos que, por culpa de otros, se ven abocados a una muerte segura pagada a precio de oro a las mafias que, sin que se lo impidan las prósperas democracias occidentales, les hacinan en barcos, camiones o en interminables expediciones a pie.
Discrepo en muchas cosas con Colau, no lo negaré. Tengo una visión muy distinta de cómo un país o una ciudad debe dirigirse. Pero ojalá todos los alcaldes de Europa tomaran nota de lo que esta mujer ha propuesto.
Abramos los ojos.





