No concibo el término “voluntad” como un deseo sino como un gran esfuerzo para conseguir lo que uno quiere lograr.
De pequeños nos atraen esos garabatos a los que nos enseñan a darles diferentes formas y los llaman letras. Empezamos con las vocales: la “a” es redonda como la luna y lleva un pendiente, la “i” pasea siempre con el sombrero puesto… Más tarde, llegan las consonantes y luego aprendemos a unir unas con otras, aunque siempre hay quienes anteponen los números. El “8” era mi preferido porque estaba formado por dos “oes”, una arriba y otra abajo que convergen en un punto. También nos hacen creer que al dominar la lectura y la escritura ya podremos considerarnos mayores y en este caso al ir aventajada, decidí que de mayor quería ser maestra y escritora -que como todos ustedes saben, no es lo mismo que escribiente-.
Pasé desde etapas febriles de lectura a lo “Martín Vigil” a otras sumergida en el psicoanálisis de A. S. Neill en Summerhill. Me aventuré a escribir poemas a medianoche alumbrándome con una linterna bajo las sábanas e incluso las tardes tristes y tediosas de los domingos, asomaban tras los visillos algunas ideas que creía dignas de plasmar en una hoja en blanco. Las cartas de amor fueron diariamente durante la tardía adolescencia mi escritura preferida, por supuesto eran correspondidas con sobre urgente y sello en la labor del carteo, no en el arte del amor. En el colegio, mis amigas esculpían en el borde del pupitre el nombre del chico que les gustaba; sin embargo, yo grababa en mayúscula las siglas de un precioso poema de Walt Whitman: VELCUE (Vi en Lousiana crecer una encina...) que terminaba así: “y la encina estaba sola prodigando hojas felices, sin un amigo ni un amante, yo no podría hacer lo mismo”. Consecuentemente cursé estudios superiores de Filología y tengo la suerte de dedicarme a la enseñanza de la Lengua y Literatura, aunque mi pasión sea la escritura. Hubo tiempo para la interpretación en una compañía comarcal de Teatro, y otros hobbies como los idiomas, cine, talleres de lectura…
Esta semana he recordado el artículo de Larra Vuelva usted mañana donde el autor critica la desidia generalizada en nuestro país y confiesa al terminar que se ha contagiado de esta mala costumbre, a la hora de ponerse a escribir. Quizá sea el cansancio de tantos exámenes ya corregidos, la astenia primaveral, las excusas injustificadas o las prioridades inventadas; que hoy, las musas han tardado en brindarme la inspiración necesaria para mi artículo semanal; pero debo reconocer que en el fondo de mi ser que he desnudado, sentía la necesidad de escribir y, una vez más, me ha producido un gran placer